martes, 11 de agosto de 2015

EL BUEN LEVIATÁN - Pierre Boulle

El Gargantúa proseguía su imprevista carrera, compartiendo equitativamente su tiempo entre el socorro a los infortunados y el abastecimiento a Europa del combustible negro. Sin embargo, el profesor Havard seguía impertérrito y, con él, algunos de los ecólogos más puros, que se enfurecían al haber estado obligados durante algún tiempo a poner sordina a sus vociferaciones sobre la malignidad del átomo y esto debido a la veneración supersticiosa del público y al temor a sus reacciones emocionales. El petrolero gigante seguía siendo, para ellos, más que nunca el Leviatán, pero habían trasladado su odio y sus predicciones apocalípticas al veneno que el monstruo llevaba en sus entrañas, veneno que cualquier accidente trivial podía hacerle vomitar en un momento dado, extendiéndose entonces una marea mortífera sobre millares de kilómetros cuadrados de océano.

Las estadísticas publicadas en sus revistas periódicas tendían a demostrar que su temor no era tan sólo el fruto perverso de una imaginación imbuida de un sentido catastrófico. Demostraban también que, incluso haciendo abstracción de los accidentes graves, los supertanques vertían anualmente en los mares unos dos millones de toneladas de petróleo como consecuencia de fugas, de falsas maniobras en el manejo de las compuertas o, sencillamente, con la limpieza de sus cisternas. Pero tampoco había que menospreciar el riesgo de un accidente grave. Los naufragios a causa de colisiones, las explosiones, las roturas se habían convertido casi en moneda corriente. A este respecto también hablaban las estadísticas. Desde el accidente del Torrey Canyon, cada año se registraban por decenas, cuando no por centenares, desastres semejantes, y desde luego, el Gargantúa no se encontraba libre de sufrir una de esas catástrofes. Por el contrario, su inusitado tamaño, su enorme arrastre de agua lo convertían en un blanco privilegiado para los golpes traidores de la mar. Los ecólogos afirmaban que, si hasta entonces nada de eso había ocurrido, se debía a una suerte insolente. Pero la suerte no dura una eternidad y sus matemáticos calculaban muy altas las probabilidades de que se produjera una catástrofe dentro de un plazo de algunos meses. El profesor Havard y sus amigos vivían con la febril esperanza de esa eventualidad, recapitulando sin cansarse, el aspecto apocalíptico que presentaría un navío de seiscientas mil toneladas, calculando en millones dentro de una de las hipótesis más optimistas el número de peces, de aves marinas y de pingüinos exterminados, sin contar la desaparición del plancton y las epidemias de hepatitis vírica para los seres humanos.

SINOPSIS

El gigantesco petrolero a propulsión nuclear Gargantúa surge ante la angustiada mirada de los ecólogos como un monstruo pernicioso que pasea por los mares. Sin embargo, al cabo de poco tiempo, semejante criatura infernal se revela bajo un aspecto doblemente bienhechor. En primer lugar, debido a ciertas virtudes insospechadas de la desintegración atómica. Y luego, a causa de una imprevista propiedad contenida en el viscoso veneno que acumula en sus flancos.
«Pido perdón a los ecólogos humildes y sinceros —nos dice Pierre Boulle—. En este libro solo arremeto contra quienes practican el culto ciego e inmoderado ante la moda y que, sobre todos, son incapaces de concebir una posible relatividad del Bien y del Mal». Tal es el mensaje, el símbolo que nos quiere transmitir Pierre Boulle con esta su nueva obra. 

viernes, 7 de agosto de 2015

SANGRE O AMOR - Donna Leon

Una vez en su despacho encendió el ordenador y, diciéndose a sí mismo que no era un gallina sino un valiente y podía hacer búsquedas básicas, estudió las estadísticas sobre acosadores: un término que, como serial killer, había penetrado la lengua italiana en su forma original. En cualquier caso, el inglés también había dado otras cosas como «privacidad», así que una de cal y otra de arena.

Empezó leyendo la documentación interna y las estadísticas de la questura, y después siguió con las cifras mucho más amplias del Ministerio de Interior. Leyó durante una hora con creciente interés y cada vez más angustia, hasta que no pudo evitar exclamar:

—¡Vaya con el latin lover!

La policía calculaba que casi todas las semanas morían dos mujeres asesinadas, en general a manos de algún ex. Había también incontables casos de muertes accidentales y varios ataques sanguinarios, ¿desde cuándo estaba de moda echarle ácido a una mujer en la cara?

Se acordaba de haber asistido tiempo atrás a un seminario en Rímini en el que un forense trajeado que parecía el típico farmacéutico de pueblo les habló de la gran cantidad de asesinatos que pasaban desapercibidos año tras año: las caídas eran muy comunes, igual que las mujeres que después de beber tomaban una sobredosis de pastillas. A veces se daban un golpe en la cabeza y se ahogaban en la bañera. A propósito de eso les contó un caso en particular: una vez le practicó la autopsia a una señora cuyo marido llegó del trabajo y la encontró flotando en el agua; según le contó a la policía, la había visto por última vez dormida en la cama. Se trataba de un hombre muy rico y también muy descuidado, pues había olvidado que las cámaras de vigilancia de la casa habían grabado a su mujer entrando en el baño y a él ocho minutos más tarde, desnudo y cargando un rollo de plástico de burbujas. El forense le encontró restos de ese plástico debajo de las uñas. «La gente joven y sana no resbala en la bañera. No lo olviden, señoras y señores», dijo antes de continuar con el caso siguiente.

—Y las chicas jóvenes no tropiezan y se caen de cabeza por la escalera de un puente —musitó Brunetti aunque no hubiera nadie para oírle.

Buscó la estadística de los últimos años y vio que las agresiones contra mujeres eran inversamente proporcionales al derrumbe de la economía: a medida que una subía, la otra bajaba. Al enfrentarse a la ruina económica, gran cantidad de hombres habían optado por el suicidio, pero eran muchos más los que volvían su rabia y desesperación —o la que quiera que fuese la emoción que los llevaba a eso— contra las mujeres que tenían más cerca. Las mataban o mutilaban con una frecuencia que a Brunetti le resultó apabullante.

Reflexionando, llegó a la conclusión de que éstas eran mujeres a las que los agresores conocían y amaban o habían amado, y en muchos casos con quienes habían criado a sus hijos. No se trataba de una diva distante e inalcanzable que estaba sobre un escenario, cantando para miles de personas en lugar de sólo para ti.

SINOPSIS

Un admirador de la soprano Flavia Petrelli ha traspasado la línea que separa a un fan inofensivo de un seguidor obsesionado. Conoce todos los pasos de su ídolo, dónde se encuentra en cada momento e intenta llamar su atención colmándola de rosas amarillas y regalos caros. Y lo que es peor: todo apunta a que está detrás de una serie de ataques sufridos por amigos y personas del entorno de la diva. La cantante de ópera se encuentra en Venecia interpretando con éxito Tosca en el emblemático teatro La Fenice, así que será sólo cuestión de tiempo que el comisario Guido Brunetti, viejo amigo de la infancia que ha ayudado a la artista en ocasiones anteriores, ponga a todo su equipo a su servicio. Eso incluye investigar en el pasado de Petrelli y conocer el lado oscuro del mundo del espectáculo, las presiones y la rivalidad que crece detrás del escenario. Como reconoce la artista, «los fans son fans: nunca son amigos»