Fukaeri se quedó mirándolo a la cara, sin devolverle el saludo.
—Te conozco —dijo poco después en voz baja.
—¿Que me conoces? —preguntó Tengo.
—Enseñas matemáticas.
Tengo asintió.
—Te conozco —dijo poco después en voz baja.
—¿Que me conoces? —preguntó Tengo.
—Enseñas matemáticas.
Tengo asintió.
—En efecto.
—Te he escuchado un par de veces.
—¿Mis clases?
—Sí.
Su manera de hablar tenía ciertas peculiaridades. Oraciones desprovistas de cualquier ornamento, carencia absoluta de acento, vocabulario limitado (por lo menos daba la sensación de ser limitado). Ciertamente, era un poco extraña, como Komatsu le había dicho.
—Es decir, que eres una estudiante de la academia, ¿no? —preguntó Tengo.
Fukaeri negó con la cabeza.
—Sólo fui de oyente.
—Pero sin carnet de estudiante no puedes entrar en el aula.
Fukaeri se limitó a encoger ligeramente los hombros. Como diciendo: «Para ser un adulto, dices bastantes tonterías».
—¿Qué te parecieron las clases? —preguntó Tengo. De nuevo una pregunta absurda.
Fukaeri bebió un trago de agua sin apartar la vista. No le contestó. Tengo supuso que como había ido un par de veces, la primera impresión no habría sido tan mala. Si no le hubiera interesado, sólo habría ido una vez.
—¿Estás en tercero, en el instituto? —le preguntó Tengo.
—Más o menos.
—¿Te preparas para los exámenes de ingreso en la universidad?
Ella sacudió la cabeza.
Tengo fue incapaz de juzgar si eso quería decir «no quiero hablar de los exámenes» o «no voy a hacer los exámenes». Se acordó de que Komatsu le había dicho por teléfono que era una chica sumamente callada.
[...]
—Te he escuchado un par de veces.
—¿Mis clases?
—Sí.
Su manera de hablar tenía ciertas peculiaridades. Oraciones desprovistas de cualquier ornamento, carencia absoluta de acento, vocabulario limitado (por lo menos daba la sensación de ser limitado). Ciertamente, era un poco extraña, como Komatsu le había dicho.
—Es decir, que eres una estudiante de la academia, ¿no? —preguntó Tengo.
Fukaeri negó con la cabeza.
—Sólo fui de oyente.
—Pero sin carnet de estudiante no puedes entrar en el aula.
Fukaeri se limitó a encoger ligeramente los hombros. Como diciendo: «Para ser un adulto, dices bastantes tonterías».
—¿Qué te parecieron las clases? —preguntó Tengo. De nuevo una pregunta absurda.
Fukaeri bebió un trago de agua sin apartar la vista. No le contestó. Tengo supuso que como había ido un par de veces, la primera impresión no habría sido tan mala. Si no le hubiera interesado, sólo habría ido una vez.
—¿Estás en tercero, en el instituto? —le preguntó Tengo.
—Más o menos.
—¿Te preparas para los exámenes de ingreso en la universidad?
Ella sacudió la cabeza.
Tengo fue incapaz de juzgar si eso quería decir «no quiero hablar de los exámenes» o «no voy a hacer los exámenes». Se acordó de que Komatsu le había dicho por teléfono que era una chica sumamente callada.
[...]
—Eres profesor y novelista —dijo Fukaeri. Aquello parecía una pregunta. Hacer preguntas sin entonación interrogativa debía de ser una de las características de su forma de hablar.
—En este momento, sí —respondió Tengo.
—No aparentas ninguna de las dos cosas.
—Puede ser —dijo Tengo. Pensaba sonreír, pero no fue capaz—. Tengo madera de profesor y enseño en la academia, pero no se puede decir que sea profesor formalmente; y escribo novelas, pero como no se han publicado, todavía no soy escritor.
—No eres nada.
Tengo asintió.
—Exacto. Ahora mismo no soy nada.
—Te gustan las matemáticas.
Tengo volvió a responderle, tras añadir los signos de interrogación a lo que ella acababa de decir.
—Sí. Siempre me han gustado.
—¿Qué te gusta?
—¿Que qué me gusta de las matemáticas? —Tengo completó sus palabras—. Pues, que, frente a los números, me siento muy relajado. Es como si las cosas volvieran a su cauce.
—La explicación sobre las integrales era interesante.
—¿Hablas de una de mis clases?
Fukaeri asintió.
—¿A ti te gustan las matemáticas?
Fukaeri hizo un breve movimiento con la cabeza hacia los lados. No le gustaban.
—Pero la explicación sobre las integrales te pareció interesante, ¿no? —preguntó Tengo.
Fukaeri encogió ligeramente los hombros.
—Hablabas de las integrales como si fueran algo importante.
—¿Ah, sí? —dijo Tengo. Era la primera vez que alguien le decía tal cosa.
—Como si hablaras de alguien importante —dijo la chica.
—Cuando explico las progresiones, debo de hacerlo todavía con más entusiasmo —dijo Tengo—. Del plan de estudios de matemáticas en el instituto, las progresiones son mi parte preferida.
—Te gustan las progresiones —preguntó Fukaeri, otra vez sin entonar.
—Para mí son como "El clave bien temperado" de Bach. Nunca me canso de ellas. Siempre hay algo nuevo que descubrir.
—Conozco "El clave bien temperado".
—¿Te gusta Bach?
Fukaeri asintió.
[...]
—Cuando explico las progresiones, debo de hacerlo todavía con más entusiasmo —dijo Tengo—. Del plan de estudios de matemáticas en el instituto, las progresiones son mi parte preferida.
—Te gustan las progresiones —preguntó Fukaeri, otra vez sin entonar.
—Para mí son como "El clave bien temperado" de Bach. Nunca me canso de ellas. Siempre hay algo nuevo que descubrir.
—Conozco "El clave bien temperado".
—¿Te gusta Bach?
Fukaeri asintió.
[...]
—¿Que qué me gusta de las matemáticas? —se interrogó Tengo a sí mismo otra vez, para desviar la atención de los dedos y el pecho de la chica—. Las matemáticas son como una corriente de agua. Existen diversas teorías complicadas, es cierto, pero la lógica básica es muy sencilla. De igual modo que el agua fluye desde un lugar elevado hacia otro más bajo tomando la distancia más corta, sólo hay una corriente matemática. Al observar con atención, el curso se hace visible por sí solo. Basta con que mires fijamente. No tienes que hacer nada más. Si te concentras y aguzas la vista, todo se aclara. En este mundo no hay nada, salvo las matemáticas, que me trate con tanta amabilidad.
Fukaeri se puso a pensar durante un rato sobre lo que acababa de escuchar.
—Por qué escribes novelas —preguntó con una voz carente de entonación.
Tengo transformó la pregunta de Fukaeri en oraciones más largas.
—O sea, que si me gustan tanto las matemáticas, no tengo ninguna necesidad de esforzarme por escribir novelas; que podría dedicarme exclusivamente a las matemáticas. ¿Es eso lo que quieres decir?
Fukaeri asintió.
—Vamos a ver. La vida real es diferente a las matemáticas. En ella, las cosas no siempre toman el camino más corto. Las matemáticas son para mí…, cómo podría decirlo…, demasiado naturales. Son como un bello paisaje. Están ahí sin más. No es necesario sustituirlas por nada. Por eso cuando estoy inmerso en las matemáticas, tengo la sensación de que me estoy volviendo rápidamente transparente. A veces me da miedo.
Fukaeri miraba a Tengo fijamente a los ojos, sin apartar la vista ni un segundo. Como si pegara la cara al cristal de una ventana y espiara el interior de una casa deshabitada.
—Cuando escribo sustituyo mediante las palabras la realidad que me rodea por algo que encuentro más natural. Es decir, reconstruyo. De ese modo confirmo que existo, sin duda, en este mundo. Se trata de una operación completamente diferente a cuando estoy en el mundo de las matemáticas.
—Confirmas que existes —dijo Fukaeri.
—Aunque no quiere decir que ya lo haya logrado —admitió Tengo.
Fukaeri se puso a pensar durante un rato sobre lo que acababa de escuchar.
—Por qué escribes novelas —preguntó con una voz carente de entonación.
Tengo transformó la pregunta de Fukaeri en oraciones más largas.
—O sea, que si me gustan tanto las matemáticas, no tengo ninguna necesidad de esforzarme por escribir novelas; que podría dedicarme exclusivamente a las matemáticas. ¿Es eso lo que quieres decir?
Fukaeri asintió.
—Vamos a ver. La vida real es diferente a las matemáticas. En ella, las cosas no siempre toman el camino más corto. Las matemáticas son para mí…, cómo podría decirlo…, demasiado naturales. Son como un bello paisaje. Están ahí sin más. No es necesario sustituirlas por nada. Por eso cuando estoy inmerso en las matemáticas, tengo la sensación de que me estoy volviendo rápidamente transparente. A veces me da miedo.
Fukaeri miraba a Tengo fijamente a los ojos, sin apartar la vista ni un segundo. Como si pegara la cara al cristal de una ventana y espiara el interior de una casa deshabitada.
—Cuando escribo sustituyo mediante las palabras la realidad que me rodea por algo que encuentro más natural. Es decir, reconstruyo. De ese modo confirmo que existo, sin duda, en este mundo. Se trata de una operación completamente diferente a cuando estoy en el mundo de las matemáticas.
—Confirmas que existes —dijo Fukaeri.
—Aunque no quiere decir que ya lo haya logrado —admitió Tengo.
SINOPSIS
En japonés, la letra q y el número 9 son homófonos, los dos se pronuncian kyu, de manera que 1Q84 es, sin serlo, 1984,
una fecha de ecos orwellianos. Esa variación en la grafía refleja la
sutil alteración del mundo en que habitan los personajes de esta novela,
que es, también sin serlo, el Japón de 1984. En ese mundo en apariencia
normal y reconocible se mueven Aomame, una mujer independiente,
instructora en un gimnasio, y Tengo, un profesor de matemáticas. Ambos
rondan los treinta años, ambos llevan vidas solitarias y ambos perciben a
su modo leves desajustes en su entorno, que los conducirán de manera
inexorable a un destino común. Y ambos son más de lo que parecen: la
bella Aomame es una asesina; el anodino Tengo, un aspirante a novelista
al que su editor ha encargado un trabajo relacionado con La crisálida
del aire, una enigmática obra dictada por una esquiva adolescente. Y,
como telón de fondo de la historia, el universo de las sectas
religiosas, el maltrato y la corrupción, un universo enrarecido que el
narrador escarba con precisión orwelliana.
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