— ¿Has escrito otras películas después de esta?
— No —dijo Sylvia mintiendo con descaro, pues no tenía fuerzas para hablar de su filmografía, por otro lado limitada y poco gloriosa.
Marie-Pierre miró fijamente a Sylvia, quien tuvo la impresión de que la joven iba a preguntarle si había tenido una enfermedad grave que le hubiera impedido escribir más guiones. En la biografía de Sylvia se había abierto una enorme fisura, lo que sumió a Marie-Pierre en la perplejidad. ¿Qué había podido pasar en su vida para que no escribiera más películas?
— No —dijo Sylvia mintiendo con descaro, pues no tenía fuerzas para hablar de su filmografía, por otro lado limitada y poco gloriosa.
Marie-Pierre miró fijamente a Sylvia, quien tuvo la impresión de que la joven iba a preguntarle si había tenido una enfermedad grave que le hubiera impedido escribir más guiones. En la biografía de Sylvia se había abierto una enorme fisura, lo que sumió a Marie-Pierre en la perplejidad. ¿Qué había podido pasar en su vida para que no escribiera más películas?
— ¿Habías hecho otras antes? —le preguntó Marie-Pierre, probando un enfoque menos directo, para delimitar el problema.
— Sí, bueno, solamente escrito —respondió Sylvia—. Pero de hecho no es lo mío. Quiero decir que el cine no es lo que más me gusta.
— ¿Cómo es eso? —le preguntó Marie-Pierre, aparentemente consternada ante la idea de que alguien pensara que había algo mejor que hacer películas cuando se había tenido la suerte de hacer una.
— ¿Cómo es eso? —le preguntó Marie-Pierre, aparentemente consternada ante la idea de que alguien pensara que había algo mejor que hacer películas cuando se había tenido la suerte de hacer una.
— Pues soy profesora de matemáticas.
— ¿Profe de mates? —repitió Marie-Pierre como solemos hacer cuando no sabemos qué decir o para asimilar algo pasmoso.
[...]
— ¿Profe de mates? —repitió Marie-Pierre como solemos hacer cuando no sabemos qué decir o para asimilar algo pasmoso.
[...]
Insistió, quiso saber el porqué, y Sylvia buscó una buena razón, y se le ocurrían muchas, pero no creía que tuvieran buena acogida por parte de Marie-Pierre.
— Me pedían que escribiera siempre las mismas historias —acabó por responder.
— Entonces, tenías que proponer otra cosa, tus propias historias.
— Al parecer mis propias historias son demasiado raras para la gente.
Marie-Pierre estaba convencida de que así era. Algo chirriaba en las explicaciones de Sylvia.
— Dejar de hacer películas para ser profe de mates es algo que no entiendo.
— Pero yo nunca quise hacer cine. Lo que quería era conseguir la medalla Field.
— ¿Y eso qué es?
— El mayor galardón en matemáticas. Igual que el premio Nobel, pero mejor.
— ¿Como la Palma de Oro, pues?
— Sí, si lo prefieres.
— Pero nadie conoce eso, esa medalla, como se llame. A nadie le importa un comino. Mientras que todo el mundo conoce la Palma de Oro.
— Sí, ¿y eso qué más da?
— Quiero decir que el cine es capaz de reunir a un montón de gente, mientras que las mates son solo para gente que tiene aptitudes.
— Eso de las aptitudes es una leyenda.
— Sí, bueno, aunque sea una leyenda, yo no tengo aptitudes.
— Yo tampoco. Las mates son lo más universal que existe. Son las matemáticas lo que determina la realidad que percibimos… A menos que sea a la inversa.
— ¿Qué es la inversa?
— Que las matemáticas sean lo que hace posible que el hombre perciba la realidad sin por ello ser constitutivas de esa realidad.
— Uf, eso es demasiado difícil para mí.
— Además, todas las personas del planeta pueden comprender una ecuación, mientras que las películas, después de todo, hay que traducirlas.
— Yo no he conseguido nunca resolver una ecuación.
— ¿Ni siquiera de primer grado?
— ¿Qué es el primer grado?
El ánimo de Sylvia se alteró bruscamente. Se sentía incómoda consigo misma por haber invocado lo universal para apoyar sus palabras sobre las matemáticas. Después de todo, no había resuelto la cuestión de si lo real era de esencia matemática o si las matemáticas eran «solamente» el medio por el cual la mente humana podía acceder a lo real. Sabía muy bien que eso de lo universal era dinamita, que había que manejarlo con tanta precaución que, a decir verdad, era mejor no manejarlo en absoluto. Había que cerrar de una vez por todas el pico con relación a lo universal. Y sobre todo no utilizarlo como argumento para vender algo. ¿Por qué se había metido en el atolladero de esa conversación ociosa en la que exponía argumentos de charlatán metafísico? Al mismo tiempo, desconfiaba de los que se expresaban en contra de la existencia de lo universal. Y también le disgustaba experimentar cierto desdén hacia Marie-Pierre. La verdad es que a Sylvia le costaba comprender que alguien fuera una nulidad en mates. Entre las matemáticas y lo universal, en ese momento se veía a sí misma como una integrista. No soportaba su propia debilidad ni tampoco la de los demás, y le pasó por la cabeza que esa era la razón por la que no soportaba el ruido que alteraba la pureza del silencio. El ruido que al mismo tiempo era la señal de la existencia de los otros. De hecho, no soportaba nada aparte de las matemáticas y las nieves eternas de Davos. Todo su entusiasmo había desaparecido de pronto, y en ese instante se gustaba aún menos que de costumbre. ¿Tal vez fuera el hambre la causa de su malestar? [...]
— Mira, lo importante es encontrar lo que a uno le gusta hacer de verdad —concluyó Marie-Pierre en tono conciliador.
— Me pedían que escribiera siempre las mismas historias —acabó por responder.
— Entonces, tenías que proponer otra cosa, tus propias historias.
— Al parecer mis propias historias son demasiado raras para la gente.
Marie-Pierre estaba convencida de que así era. Algo chirriaba en las explicaciones de Sylvia.
— Dejar de hacer películas para ser profe de mates es algo que no entiendo.
— Pero yo nunca quise hacer cine. Lo que quería era conseguir la medalla Field.
— ¿Y eso qué es?
— El mayor galardón en matemáticas. Igual que el premio Nobel, pero mejor.
— ¿Como la Palma de Oro, pues?
— Sí, si lo prefieres.
— Pero nadie conoce eso, esa medalla, como se llame. A nadie le importa un comino. Mientras que todo el mundo conoce la Palma de Oro.
— Sí, ¿y eso qué más da?
— Quiero decir que el cine es capaz de reunir a un montón de gente, mientras que las mates son solo para gente que tiene aptitudes.
— Eso de las aptitudes es una leyenda.
— Sí, bueno, aunque sea una leyenda, yo no tengo aptitudes.
— Yo tampoco. Las mates son lo más universal que existe. Son las matemáticas lo que determina la realidad que percibimos… A menos que sea a la inversa.
— ¿Qué es la inversa?
— Que las matemáticas sean lo que hace posible que el hombre perciba la realidad sin por ello ser constitutivas de esa realidad.
— Uf, eso es demasiado difícil para mí.
— Además, todas las personas del planeta pueden comprender una ecuación, mientras que las películas, después de todo, hay que traducirlas.
— Yo no he conseguido nunca resolver una ecuación.
— ¿Ni siquiera de primer grado?
— ¿Qué es el primer grado?
El ánimo de Sylvia se alteró bruscamente. Se sentía incómoda consigo misma por haber invocado lo universal para apoyar sus palabras sobre las matemáticas. Después de todo, no había resuelto la cuestión de si lo real era de esencia matemática o si las matemáticas eran «solamente» el medio por el cual la mente humana podía acceder a lo real. Sabía muy bien que eso de lo universal era dinamita, que había que manejarlo con tanta precaución que, a decir verdad, era mejor no manejarlo en absoluto. Había que cerrar de una vez por todas el pico con relación a lo universal. Y sobre todo no utilizarlo como argumento para vender algo. ¿Por qué se había metido en el atolladero de esa conversación ociosa en la que exponía argumentos de charlatán metafísico? Al mismo tiempo, desconfiaba de los que se expresaban en contra de la existencia de lo universal. Y también le disgustaba experimentar cierto desdén hacia Marie-Pierre. La verdad es que a Sylvia le costaba comprender que alguien fuera una nulidad en mates. Entre las matemáticas y lo universal, en ese momento se veía a sí misma como una integrista. No soportaba su propia debilidad ni tampoco la de los demás, y le pasó por la cabeza que esa era la razón por la que no soportaba el ruido que alteraba la pureza del silencio. El ruido que al mismo tiempo era la señal de la existencia de los otros. De hecho, no soportaba nada aparte de las matemáticas y las nieves eternas de Davos. Todo su entusiasmo había desaparecido de pronto, y en ese instante se gustaba aún menos que de costumbre. ¿Tal vez fuera el hambre la causa de su malestar? [...]
— Mira, lo importante es encontrar lo que a uno le gusta hacer de verdad —concluyó Marie-Pierre en tono conciliador.
SINOPSIS
Vivimos en la creencia de que el amor es algo extraordinario que nos
sorprenderá tarde o temprano como si se tratara de una revelación, que
será imposible pasar por alto las señales inequívocas de las que tanto
hemos oído hablar. Pero, a veces, nos resistimos a la evidencia...Sylvia
y Louis no creen estar llamados a vivir u
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