Los atentados contra personajes políticos son previsibles y forman parte de los objetivos habituales de la violencia revolucionaria. Ya no escandalizan a nadie, son las reglas del juego, se han convertido en actos casi naturales, sobre todo después de la estruendosa muerte de sucesivos líderes, príncipes y magistrados.
Ahora consideremos otra clase de atentados, por ejemplo contra un templo o una iglesia. Por subversiva o política que haya sido su intención, de inmediato le darían el carácter de una clara manifestación de odio antirreligioso. Y esa explicación atenuaría el significado alarmante y sin razón aparente que queremos darle a nuestros actos.
Un atentado criminal contra un restaurante o contra un teatro sería explicado igualmente por una pasión no política; sería presentado como el rencor exasperado de un hombre sin trabajo o como el acto de resentimiento social de un extraviado que busca vengarse de un agravio secreto. La sociedad se tranquilizaría de inmediato: «Oh. es el odio de clase», o dirían: «Oh, es consecuencia del fanatismo religioso.» Hay que evitar que le encuentren un sentido a nuestros ataques.
Lo anterior está gastado, ya no sirve, no es instructivo. La sociedad tiene su archivo de causalidades rencorosas para explicar las acciones revolucionarias. Nosotros en cambio debemos buscar el acto puro, que no se comprende ni se explica y provoca la estupefacción y la anomia.
Debemos intentar una acción que conmueva el sentido común y exceda la explicación estereotipada de los periódicos. Debemos evitar que la sociedad pueda explicar lo que hacemos. Debemos realizar un acto enigmático, inexplicable, casi impensable. Nuestras acciones deben ser a la vez incomprensibles y racionales.
Señores, nuestro objetivo político debe ser el conocimiento científico; sobre ese conocimiento se sostiene la estructura del poder.
Así, en esta época brutal y ruidosa, seremos por fin escuchados.
Todos creen hoy en la ciencia; misteriosamente creen que las matemáticas y la técnica son el origen del bienestar y de la prosperidad material. Ésa es la religión moderna.
Atacar el fundamento de la creencia social general es la política revolucionaria de nuestra época. Nos convertiremos en rebeldes como Prometeo y en verdaderos hombres de acción cuando seamos capaces de arrojar nuestras bombas incendiarias contra las matemáticas y la ciencia.
SINOPSIS
Emilio Renzi ha llegado al campus de una prestigiosa universidad de New
Jersey para impartir un seminario sobre los años argentinos de W. H.
Hudson. Fue invitado por la directora del departamento, la bella y
belicosa Ida Brown. Pequeños incidentes y extraños equívocos culminan
con la trágica muerte de la profesora Brown en un inexplicable
accidente. Que incluye un detalle inquietante: Ida tiene la mano
quemada, y eso parece conectarla con una serie de atentados contra
figuras del mundo académico. Cuando finalmente se descubre al
responsable de los atentados, el asombro es mayúsculo. Se trata de
Thomas Munk, profesor de matemáticas en Berkeley y autor de un radical Manifiesto sobre el capitalismo tecnológico.
Renzi reconstruye el pasado de Munk y viaja a California para
entrevistarlo en la cárcel. Intuye que el destino de Ida está en juego y
que nada volverá a ser como antes. Con una escritura hipnótica que pasa
naturalmente de la autobiografía al registro policial, esta novela
confirma a Ricardo Piglia como uno de los grandes escritores
contemporáneos.
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