Iturri dejó que hablara. Un agente de campo no tenía muchas ocasiones de abrir su alma y volcar su bilis al exterior.
—¿Tiene usted hijos, inspector?
Se esperaba la pregunta. Siempre la hacían los casados, la mayoría de las veces, aunque al parecer no en ésta, para quejarse del peso de las cargas familiares.
—Soltero, de momento —respondió de inmediato.
Llevaba el latiguillo bien aprendido.
—¿Y cómo lo resiste? ¿Toma tranquilizantes, bebe, se droga?
Iturri pensó fugazmente en su afición al coñac, pero de inmediato borró esa idea de la cabeza.
—Lo cierto es que hago algo más sencillo y más sano: pienso en los porcentajes; ellos me consuelan.
—¿Porcentajes? ¿Es usted el agente Iturri de la Interpol o me han pasado con el profesor de matemáticas?
—Emilio, lo que usted y yo nos vemos obligados a contemplar son los comportamientos desviados, los que se encuentran en las colas de la campana de Gauss. Muy separados del comportamiento normal, no representan más que una ínfima parte de las conductas ordinarias. Lo habitual, lo frecuente, lo que hace la mayoría es actuar decentemente y apreciarse los unos a los otros. Lo normal, lo frecuente es que las mujeres sean heroicas y, como la suya, tengan hijos, les quieran, les cuiden y den su vida por ellos. Lo normal, lo frecuente es que los padres como usted se alegren de poner una gota más de bondad y belleza en el mundo. Ése es el porcentaje correcto: el noventa y nueve por ciento. Pero usted y yo tenemos la desgracia de ver el mundo con el cristal de los descarriados, siempre de color negro, siempre lleno de dolor. De vez en cuando es conveniente pensar en el noventa y nueve por ciento restante.
—Sí, tiene razón, inspector. Lo siento, me ha pillado en un mal momento. Quizá sea verdad que estoy cansado. ¿En qué puedo ayudarle?
—En realidad, no lo sé. Tengo entre manos un posible robo sacrílego y me dicen que usted sigue ese tipo de cuestiones.
—En efecto, lo hago, pero necesitaría que enfocara algo mejor el objetivo.
SINOPSIS
La juez Lola MacHor está a punto de enfrentarse a la experiencia más terrible de su carrera: dos cuerpos con vestes clericales son encontrados en una remota ermita, brutalmente asesinados; los cadáveres aparecen rodeados por una importante cantidad de dinero y de un antiguo Lignum Crucis. Poco después, el arzobispo de Pamplona recibe en su palacio un extraño paquete: un dedo humano dentro de un pequeño ataúd. A partir de estos hechos, obra sin duda de una mente calculadora y perversa, la juez inicia una investigación que la llevará a adentrarse en el corazón de las tinieblas.
Con la colaboración de Juan Iturri, inspector de la Interpol y viejo amigo, y la inesperada ayuda del padre Chocarro, un antiguo matemático reconvertido en místico, empieza la búsqueda del asesino. Pero los crímenes no han hecho sino comenzar. Y pronto descubrirán que ellos mismos forman parte de un plan mucho más amplio, donde las voces del pasado resuenan con los ecos de la venganza, y sus propias vidas están en peligro. En una carrera contra el tiempo, sólo disponen de una pista para localizar al autor de los crímenes: un número primo.
—¿Tiene usted hijos, inspector?
Se esperaba la pregunta. Siempre la hacían los casados, la mayoría de las veces, aunque al parecer no en ésta, para quejarse del peso de las cargas familiares.
—Soltero, de momento —respondió de inmediato.
Llevaba el latiguillo bien aprendido.
—¿Y cómo lo resiste? ¿Toma tranquilizantes, bebe, se droga?
Iturri pensó fugazmente en su afición al coñac, pero de inmediato borró esa idea de la cabeza.
—Lo cierto es que hago algo más sencillo y más sano: pienso en los porcentajes; ellos me consuelan.
—¿Porcentajes? ¿Es usted el agente Iturri de la Interpol o me han pasado con el profesor de matemáticas?
—Emilio, lo que usted y yo nos vemos obligados a contemplar son los comportamientos desviados, los que se encuentran en las colas de la campana de Gauss. Muy separados del comportamiento normal, no representan más que una ínfima parte de las conductas ordinarias. Lo habitual, lo frecuente, lo que hace la mayoría es actuar decentemente y apreciarse los unos a los otros. Lo normal, lo frecuente es que las mujeres sean heroicas y, como la suya, tengan hijos, les quieran, les cuiden y den su vida por ellos. Lo normal, lo frecuente es que los padres como usted se alegren de poner una gota más de bondad y belleza en el mundo. Ése es el porcentaje correcto: el noventa y nueve por ciento. Pero usted y yo tenemos la desgracia de ver el mundo con el cristal de los descarriados, siempre de color negro, siempre lleno de dolor. De vez en cuando es conveniente pensar en el noventa y nueve por ciento restante.
—Sí, tiene razón, inspector. Lo siento, me ha pillado en un mal momento. Quizá sea verdad que estoy cansado. ¿En qué puedo ayudarle?
—En realidad, no lo sé. Tengo entre manos un posible robo sacrílego y me dicen que usted sigue ese tipo de cuestiones.
—En efecto, lo hago, pero necesitaría que enfocara algo mejor el objetivo.
SINOPSIS
La juez Lola MacHor está a punto de enfrentarse a la experiencia más terrible de su carrera: dos cuerpos con vestes clericales son encontrados en una remota ermita, brutalmente asesinados; los cadáveres aparecen rodeados por una importante cantidad de dinero y de un antiguo Lignum Crucis. Poco después, el arzobispo de Pamplona recibe en su palacio un extraño paquete: un dedo humano dentro de un pequeño ataúd. A partir de estos hechos, obra sin duda de una mente calculadora y perversa, la juez inicia una investigación que la llevará a adentrarse en el corazón de las tinieblas.
Con la colaboración de Juan Iturri, inspector de la Interpol y viejo amigo, y la inesperada ayuda del padre Chocarro, un antiguo matemático reconvertido en místico, empieza la búsqueda del asesino. Pero los crímenes no han hecho sino comenzar. Y pronto descubrirán que ellos mismos forman parte de un plan mucho más amplio, donde las voces del pasado resuenan con los ecos de la venganza, y sus propias vidas están en peligro. En una carrera contra el tiempo, sólo disponen de una pista para localizar al autor de los crímenes: un número primo.
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