El vuelo de Viena-Schwechat a Praga llegaba con cinco horas de retraso. Preguntara a quien preguntase, nadie me explicaba la verdad sobre el retraso. Encogían la cabeza entre los hombros con cara de desolación, o bien me hablaban deprisa en un idioma que yo no comprendía.
La puerta de embarque C-37 se encontraba en el extremo del edificio. Había muy poca gente y todo estaba en silencio. Ni música de fondo, ni agitación de viajeros, sólo las voces de megafonía que resonaban de cuando en cuando y se oían con dificultad, con interrupciones, como si los altavoces estuvieran estropeados.
[...]
Una vieja de raza blanca estaba tumbada en un banco, acurrucada, con una bolsa a modo de almohada. A un padre y su hijo —que parecían de origen chino— se les caían las migas de los bollos que estaban comiendo. Un bebé empezó a lloriquear sobre el pecho de su madre. Todos esperábamos el avión.
Intenté calcular cuántas horas habían pasado desde que salí de Japón, cuántas horas había pasado sin dormir. Pero mis intentos resultaron inútiles. Sumaba y restaba las siete horas de diferencia horaria, pero acabé haciéndome un lío. Estaba tan cansada que se me habían paralizado las neuronas.
Quien se encargaba de hacer siempre cualquier tipo de cálculo era él, fuera el cálculo que fuera. Convertir la fecha de nacimiento de alguien al calendario occidental, sumar los gastos de un viaje de trabajo, apuntar la puntuación del bowling, darse cuenta de un error en el cambio del taxi…
Hiroyuki era capaz de dar siempre con la solución correcta. Sólo con que yo balbuceara «eh…», él siempre estaba a mi lado mostrándome el número correcto. Nunca avasallaba, ni mostraba una pizca de jactancia, más bien parecía querer pedirme perdón. «Como tenías cara de estar apurada, me ha salido de la boca sin querer. Si me he entrometido, espero que me perdones…», eso parecía querer decir.
58, 37.400, 1.692, 903… Sus respuestas sólo eran cifras. No tenían más que ese significado. Pero el momento en el que él murmuraba aquello me gustaba más que ningún otro. El sonido inquebrantable de los números me tranquilizaba. Era capaz de sentir que él estaba a mi lado.
De repente se oyó un trueno. Relampagueó fuertemente allá donde el avión había desaparecido hacía un momento. A continuación empezó a granizar.
SINOPSIS
Tras el inesperado suicido de su novio, perfumista en Tokio, la joven periodista Ryoko cobra conciencia de lo poco que sabía de él. ¿Quién era Hiroyuki, el joven con el que vivía desde hacía un año? Pero, sobre todo, ¿por qué se suicidó al día siguiente de celebrar apasionadamente su primer año de vida en común?
Para entenderlo, la periodista Ryoko decide realizar una investigación —gracias a los datos de la gente que conoció a su novio—, que se convertirá en un viaje al pasado de Hiroyuki, y que la llevará a Praga y a un misterio insondable relacionado tanto con el mundo de los olores como con el de las matemáticas.
A través de múltiples hipótesis y búsquedas en los recuerdos propios y ajenos, Ryoko va explorando en la personalidad de Hiroyuki: una existencia llena de misterios, una realidad biográfica que era pura ilusión y una amenaza cuyo peligro sólo pudo entenderse demasiado tarde.
La puerta de embarque C-37 se encontraba en el extremo del edificio. Había muy poca gente y todo estaba en silencio. Ni música de fondo, ni agitación de viajeros, sólo las voces de megafonía que resonaban de cuando en cuando y se oían con dificultad, con interrupciones, como si los altavoces estuvieran estropeados.
[...]
Una vieja de raza blanca estaba tumbada en un banco, acurrucada, con una bolsa a modo de almohada. A un padre y su hijo —que parecían de origen chino— se les caían las migas de los bollos que estaban comiendo. Un bebé empezó a lloriquear sobre el pecho de su madre. Todos esperábamos el avión.
Intenté calcular cuántas horas habían pasado desde que salí de Japón, cuántas horas había pasado sin dormir. Pero mis intentos resultaron inútiles. Sumaba y restaba las siete horas de diferencia horaria, pero acabé haciéndome un lío. Estaba tan cansada que se me habían paralizado las neuronas.
Quien se encargaba de hacer siempre cualquier tipo de cálculo era él, fuera el cálculo que fuera. Convertir la fecha de nacimiento de alguien al calendario occidental, sumar los gastos de un viaje de trabajo, apuntar la puntuación del bowling, darse cuenta de un error en el cambio del taxi…
Hiroyuki era capaz de dar siempre con la solución correcta. Sólo con que yo balbuceara «eh…», él siempre estaba a mi lado mostrándome el número correcto. Nunca avasallaba, ni mostraba una pizca de jactancia, más bien parecía querer pedirme perdón. «Como tenías cara de estar apurada, me ha salido de la boca sin querer. Si me he entrometido, espero que me perdones…», eso parecía querer decir.
58, 37.400, 1.692, 903… Sus respuestas sólo eran cifras. No tenían más que ese significado. Pero el momento en el que él murmuraba aquello me gustaba más que ningún otro. El sonido inquebrantable de los números me tranquilizaba. Era capaz de sentir que él estaba a mi lado.
De repente se oyó un trueno. Relampagueó fuertemente allá donde el avión había desaparecido hacía un momento. A continuación empezó a granizar.
SINOPSIS
Tras el inesperado suicido de su novio, perfumista en Tokio, la joven periodista Ryoko cobra conciencia de lo poco que sabía de él. ¿Quién era Hiroyuki, el joven con el que vivía desde hacía un año? Pero, sobre todo, ¿por qué se suicidó al día siguiente de celebrar apasionadamente su primer año de vida en común?
Para entenderlo, la periodista Ryoko decide realizar una investigación —gracias a los datos de la gente que conoció a su novio—, que se convertirá en un viaje al pasado de Hiroyuki, y que la llevará a Praga y a un misterio insondable relacionado tanto con el mundo de los olores como con el de las matemáticas.
A través de múltiples hipótesis y búsquedas en los recuerdos propios y ajenos, Ryoko va explorando en la personalidad de Hiroyuki: una existencia llena de misterios, una realidad biográfica que era pura ilusión y una amenaza cuyo peligro sólo pudo entenderse demasiado tarde.
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