Sin embargo, no se trataba sencillamente de empaquetar a Albert Einstein y enviarlo a Moscú. Antes tenían que localizarlo. Había nacido en Alemania, pero luego se había mudado a Italia, y después a Suiza y Estados Unidos, y desde entonces no había parado de moverse de un lado a otro, por el motivo que fuese.
En ese momento estaba establecido en Nueva Jersey, aunque, según los espías, la casa donde vivía parecía deshabitada. Además, Beria prefería que lo secuestraran, a ser posible, en Europa. Sacar a famosos clandestinamente de Estados Unidos y cruzar el Atlántico tenía sus complicaciones.
Pero ¿dónde se había metido el tío ese? Casi nunca avisaba antes de emprender un viaje y su impuntualidad era legendaria. El jefe de los espías hizo una lista de lugares en los que Einstein podía tener vínculos más o menos cercanos y destinó sendos agentes para que los vigilasen. Se trataba de la casa de Nueva Jersey y de la villa de su mejor amigo en Ginebra. Además, estaba el publicista de Einstein, en Washington, y otros dos amigos, uno en Basilea y otro en Cleveland, Ohio.
Tuvieron que esperar unos días, pero al fin llegó la recompensa en forma de un hombre de abrigo gris, guantes y sombrero. Apareció andando tranquilamente por la calle hasta la villa de Ginebra donde vivía el mejor amigo de Einstein, Michele Besso. Llamó a la puerta y fue recibido por el propio Besso y por una pareja de ancianos. El agente que estaba de guardia llamó a su colega en Basilea, a unos cuarenta kilómetros de allí, y, una vez juntos, tras mirar por las ventanas durante horas y comparar las fotos que les habían proporcionado, ambos llegaron a la conclusión de que se trataba de Albert Einstein, de visita en casa de su mejor amigo. Los ancianos debían de ser el cuñado de Besso, Paul, y la esposa de éste, Maja, que a su vez era la hermana de Albert. ¡Una fiesta familiar en toda regla!
Albert se quedó dos días en casa de su amigo, aunque bajo estricta vigilancia, hasta que finalmente volvió a ponerse el abrigo, los guantes y el sombrero y se marchó de manera tan discreta como había llegado.
Sin embargo, apenas doblar la esquina lo atacaron por la espalda y lo metieron en el asiento trasero de un coche, donde lo durmieron con cloroformo. Desde allí, a través de Austria, lo trasladaron hasta Hungría, que, como es sabido, se mostraba muy complaciente con la URSS y no hizo preguntas sobre el avión ruso que aterrizó en el aeropuerto militar de Pécs, repostó combustible, recogió a dos ciudadanos soviéticos y a un hombre soñoliento e inmediatamente volvió a despegar con destino desconocido.
En ese momento estaba establecido en Nueva Jersey, aunque, según los espías, la casa donde vivía parecía deshabitada. Además, Beria prefería que lo secuestraran, a ser posible, en Europa. Sacar a famosos clandestinamente de Estados Unidos y cruzar el Atlántico tenía sus complicaciones.
Pero ¿dónde se había metido el tío ese? Casi nunca avisaba antes de emprender un viaje y su impuntualidad era legendaria. El jefe de los espías hizo una lista de lugares en los que Einstein podía tener vínculos más o menos cercanos y destinó sendos agentes para que los vigilasen. Se trataba de la casa de Nueva Jersey y de la villa de su mejor amigo en Ginebra. Además, estaba el publicista de Einstein, en Washington, y otros dos amigos, uno en Basilea y otro en Cleveland, Ohio.
Tuvieron que esperar unos días, pero al fin llegó la recompensa en forma de un hombre de abrigo gris, guantes y sombrero. Apareció andando tranquilamente por la calle hasta la villa de Ginebra donde vivía el mejor amigo de Einstein, Michele Besso. Llamó a la puerta y fue recibido por el propio Besso y por una pareja de ancianos. El agente que estaba de guardia llamó a su colega en Basilea, a unos cuarenta kilómetros de allí, y, una vez juntos, tras mirar por las ventanas durante horas y comparar las fotos que les habían proporcionado, ambos llegaron a la conclusión de que se trataba de Albert Einstein, de visita en casa de su mejor amigo. Los ancianos debían de ser el cuñado de Besso, Paul, y la esposa de éste, Maja, que a su vez era la hermana de Albert. ¡Una fiesta familiar en toda regla!
Albert se quedó dos días en casa de su amigo, aunque bajo estricta vigilancia, hasta que finalmente volvió a ponerse el abrigo, los guantes y el sombrero y se marchó de manera tan discreta como había llegado.
Sin embargo, apenas doblar la esquina lo atacaron por la espalda y lo metieron en el asiento trasero de un coche, donde lo durmieron con cloroformo. Desde allí, a través de Austria, lo trasladaron hasta Hungría, que, como es sabido, se mostraba muy complaciente con la URSS y no hizo preguntas sobre el avión ruso que aterrizó en el aeropuerto militar de Pécs, repostó combustible, recogió a dos ciudadanos soviéticos y a un hombre soñoliento e inmediatamente volvió a despegar con destino desconocido.

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