»No les pasará inadvertida la semejanza con el caso Bendix, particularmente en cuanto al uso de una muestra como instrumento del crimen. Como dijo Mrs. Fielder-Flemming, la semejanza es demasiado estrecha para ser casual. Nuestro asesino tiene que haber conocido el caso Wilson, y el éxito obtenido por su autor. La verdad es que puede haber existido un móvil poderoso. Wilson se dedicaba a provocar abortos, y alguien ha de haber deseado castigarle. Un caso de conciencia, me imagino. Hay personas que la tienen. En este factor reside la segunda analogía con nuestro crimen.Sir Eustace era reconocidamente un peligro para la sociedad. Y ello va en apoyo de la teoría policial sobre un fanático anónimo. En mi opinión, tal punto de vista es muy defendible. Pero debo seguir con mi exposición.
»Alcanzada esta etapa, preparé una tabla de mis conclusiones e hice una lista de las condiciones que debía llenar el criminal. Estas condiciones son tantas y tan diversas, Sir Charles, que, si fuese posible hallar a alguien que las llenase, las probabilidades de que fuese el culpable serían no ya de un millón, sino de varios millones contra uno. No es ésta una afirmación ligera, sino un hecho matemáticamente establecido.
»He anotado doce condiciones, y las probabilidades matemáticas de que se cumplan en un solo individuo son, según mis cálculos, de cuatrocientos setenta y nueve millones mil seiscientas contra una. Y esto sería, no lo olviden ustedes, siempre que las probabilidades fuesen parejas. Pero no lo son. Por ejemplo, que el asesino tenga nociones de criminología es una probabilidad de diez contra una. En cambio, que tenga oportunidades de obtener papel de escribir de la casa Mason es de ciento contra una.
»Bueno, en conjunto —afirmó Bradley—, yo diría que las probabilidades son aproximadamente de cuatro billones setecientos noventa mil millones quinientas dieciséis mil cuatrocientas cincuenta y ocho contra una. En otros términos, es una imposibilidad. ¿No lo creen ustedes?
Todos estaban demasiado anonadados por las cifras astronómicas citadas por Bradley para mostrarse en desacuerdo.
—Muy bien, estamos todos de acuerdo, pues —dijo Mr. Bradley alegremente—. Leeré mi lista.
Luego de buscar en su libreta, comenzó a leer
»Alcanzada esta etapa, preparé una tabla de mis conclusiones e hice una lista de las condiciones que debía llenar el criminal. Estas condiciones son tantas y tan diversas, Sir Charles, que, si fuese posible hallar a alguien que las llenase, las probabilidades de que fuese el culpable serían no ya de un millón, sino de varios millones contra uno. No es ésta una afirmación ligera, sino un hecho matemáticamente establecido.
»He anotado doce condiciones, y las probabilidades matemáticas de que se cumplan en un solo individuo son, según mis cálculos, de cuatrocientos setenta y nueve millones mil seiscientas contra una. Y esto sería, no lo olviden ustedes, siempre que las probabilidades fuesen parejas. Pero no lo son. Por ejemplo, que el asesino tenga nociones de criminología es una probabilidad de diez contra una. En cambio, que tenga oportunidades de obtener papel de escribir de la casa Mason es de ciento contra una.
»Bueno, en conjunto —afirmó Bradley—, yo diría que las probabilidades son aproximadamente de cuatro billones setecientos noventa mil millones quinientas dieciséis mil cuatrocientas cincuenta y ocho contra una. En otros términos, es una imposibilidad. ¿No lo creen ustedes?
Todos estaban demasiado anonadados por las cifras astronómicas citadas por Bradley para mostrarse en desacuerdo.
—Muy bien, estamos todos de acuerdo, pues —dijo Mr. Bradley alegremente—. Leeré mi lista.
Luego de buscar en su libreta, comenzó a leer
SINOPSIS
El caso de los bombones envenenados es una de las cumbres del policíaco a la inglesa, el Who done it? que domina en la etapa clásica de su desarrollo. Lo que hace única a esta narración (y a esta intriga) es el admirable procedimiento del autor. Se comete un crimen ante el que Scotland Yard se siente impotente y un grupo de aficionados, un Círculo del Crimen, se confabula para encontrar la solución al enigma. Se darán tantas soluciones como componentes hay del grupo y lo extraordinario es que todas ellas explican el enigma, mas sólo una es la verdadera. Pero hay más: el remate perfecto es que esta vez no se produce la acostumbrada reunión final en la que el agudo detective explica al fin el misterio a sus atónitos oyentes; por el contrario, los oyentes no son simples personajes sino auténticos detectives aficionados y, lo más admirable, es el lector quien tiene que deducir del soberbio y sugerente final quién es el asesino conjuntamente con ellos. Un prodigio de construcción novelesca de la intriga. Una obra maestra.
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