El desconocido se aproximó a Galileo, se detuvo ante él, hizo una tiesa reverencia y luego le tendió la mano derecha. Galileo respondió con otra reverencia, tomó la mano y la estrechó. Era fina y alargada, como la cara del individuo.
En un latín gutural de acento muy extraño, con una voz aguda y cascada, el desconocido dijo:
—¿Sois domino signor Galileo Galilei, profesor de matemáticas en la Universidad de Padua?
—Así es. ¿Quién lo pregunta?
El hombre le soltó la mano.
—Soy un colega de Johannes Kepler. Recientemente hemos tenido la oportunidad de estudiar una de vuestras utilísimas brújulas militares.
—Me alegro mucho de oírlo —dijo Galileo con sorpresa—. He mantenido correspondencia con el signor Kepler, como imagino os habrá referido él mismo, pero nunca me lo contó en sus cartas. ¿Cuándo y dónde os conocisteis?
—El pasado año, en Praga.
Galileo asintió. La residencia de Kepler había cambiado tanto con los años que ya no intentaba mantenerse al corriente de su paradero. De hecho, no había respondido a su última carta al no haber podido terminar el libro que la acompañaba.
—¿Y de dónde sois vos?
—Del norte de Europa.
[...]
—¿De qué ciudad? ¿De qué país? —insistió Galileo.
—Echion Linea. Cerca de Morvran.
—No conozco tales ciudades.
—Viajo mucho. —La mirada del hombre estaba tan clavada en Galileo como si fuera la primera comida que veía en una semana—. En mi último viaje estuve en los Países Bajos, donde vi un instrumento que me hizo pensar en vos, a causa de la brújula que, como ya he dicho, me mostró Kepler. El artefacto holandés era una especie de cristal de observación.
—¿Como un espejo?
En un latín gutural de acento muy extraño, con una voz aguda y cascada, el desconocido dijo:
—¿Sois domino signor Galileo Galilei, profesor de matemáticas en la Universidad de Padua?
—Así es. ¿Quién lo pregunta?
El hombre le soltó la mano.
—Soy un colega de Johannes Kepler. Recientemente hemos tenido la oportunidad de estudiar una de vuestras utilísimas brújulas militares.
—Me alegro mucho de oírlo —dijo Galileo con sorpresa—. He mantenido correspondencia con el signor Kepler, como imagino os habrá referido él mismo, pero nunca me lo contó en sus cartas. ¿Cuándo y dónde os conocisteis?
—El pasado año, en Praga.
Galileo asintió. La residencia de Kepler había cambiado tanto con los años que ya no intentaba mantenerse al corriente de su paradero. De hecho, no había respondido a su última carta al no haber podido terminar el libro que la acompañaba.
—¿Y de dónde sois vos?
—Del norte de Europa.
[...]
—¿De qué ciudad? ¿De qué país? —insistió Galileo.
—Echion Linea. Cerca de Morvran.
—No conozco tales ciudades.
—Viajo mucho. —La mirada del hombre estaba tan clavada en Galileo como si fuera la primera comida que veía en una semana—. En mi último viaje estuve en los Países Bajos, donde vi un instrumento que me hizo pensar en vos, a causa de la brújula que, como ya he dicho, me mostró Kepler. El artefacto holandés era una especie de cristal de observación.
—¿Como un espejo?
—No. Un cristal que se usa para mirar a través de él. O, más bien, un tubo con el que se pueden mirar las cosas, con una lente de vidrio a cada lado. Aumenta el tamaño de lo que se observa.
—¿Como la lente de un joyero?
—Sí…
—Esas lentes solo funcionan para cosas que están muy cerca.
—Pues éste permitía ver cosas situadas muy lejos.
—¿Cómo es posible?
El hombre se encogió de hombros.
Aquello sonaba interesante.
—Tal vez porque tenía dos lentes —dijo Galileo—. ¿Eran cóncavas o convexas?
El hombre abrió la boca, vaciló y luego volvió a encogerse de hombros. Estuvo a punto de ponerse bizco. Tenía ojos castaños, salpicados de manchas verdes y amarillas, como los canales de Venecia al llegar el crepúsculo.
—No lo sé —dijo finalmente.
—¿Como la lente de un joyero?
—Sí…
—Esas lentes solo funcionan para cosas que están muy cerca.
—Pues éste permitía ver cosas situadas muy lejos.
—¿Cómo es posible?
El hombre se encogió de hombros.
Aquello sonaba interesante.
—Tal vez porque tenía dos lentes —dijo Galileo—. ¿Eran cóncavas o convexas?
El hombre abrió la boca, vaciló y luego volvió a encogerse de hombros. Estuvo a punto de ponerse bizco. Tenía ojos castaños, salpicados de manchas verdes y amarillas, como los canales de Venecia al llegar el crepúsculo.
—No lo sé —dijo finalmente.
Aquello decepcionó a Galileo.
—¿Tenéis uno de esos tubos?
—No aquí conmigo.
—Pero ¿tenéis uno?
—De ese tipo no. Pero sí.
—Y habéis decidido venir a contármelo.
—Sí. Por vuestra brújula. Hemos visto que, entre otras aplicaciones, se puede usar para calcular determinadas distancias.
—Pues claro. —Una de las principales funciones de la brújula era medir las distancias para los disparos de la artillería. A pesar de lo cual, pocos cuerpos u oficiales de esta arma habían adquirido una. Trescientas siete, para ser exactos, había conseguido vender a lo largo de un periodo de doce años.
—Tales cálculos serían más sencillos —dijo el desconocido— si pudierais ver las cosas desde más lejos…
—Muchas cosas serían más sencillas.
—Sí. Y ahora es posible
—¿Tenéis uno de esos tubos?
—No aquí conmigo.
—Pero ¿tenéis uno?
—De ese tipo no. Pero sí.
—Y habéis decidido venir a contármelo.
—Sí. Por vuestra brújula. Hemos visto que, entre otras aplicaciones, se puede usar para calcular determinadas distancias.
—Pues claro. —Una de las principales funciones de la brújula era medir las distancias para los disparos de la artillería. A pesar de lo cual, pocos cuerpos u oficiales de esta arma habían adquirido una. Trescientas siete, para ser exactos, había conseguido vender a lo largo de un periodo de doce años.
—Tales cálculos serían más sencillos —dijo el desconocido— si pudierais ver las cosas desde más lejos…
—Muchas cosas serían más sencillas.
—Sí. Y ahora es posible
—Interesante —afirmó Galileo—. ¿Cómo decíais que os llamabais, signor?
El hombre apartó la mirada, incómodo.
—Veo que los artesanos están guardando sus enseres para marcharse. Os estoy entreteniendo, tanto a vos como a ellos, y tengo una cita concertada con un hombre de Ragusa. Volveremos a vernos…
El hombre apartó la mirada, incómodo.
—Veo que los artesanos están guardando sus enseres para marcharse. Os estoy entreteniendo, tanto a vos como a ellos, y tengo una cita concertada con un hombre de Ragusa. Volveremos a vernos…
SINOPSIS
En la Venecia del Renacimiento un extraño personaje aborda a Galileo y le facilita información clave para que desarrolle sus inventos.
En 1609, un extraño aborda a Galileo en las calles de Venecia y le habla de la existencia de un aparato para ver más de cerca las cosas lejanas. A partir de esa información, Galileo redescubre y mejora el telescopio, iniciando así sus observaciones astronómicas que le llevarían a la confirmación de la «hipótesis» copernicana y le conducirían al juicio por herejía.
Algún tiempo después el extranjero vuelve a aparecer en la vida de Galileo, esta vez para conducirlo a Europa, la segunda luna de Júpiter, en un futuro lejano donde se requiere su presencia para mediar entre varias facciones.
En 1609, un extraño aborda a Galileo en las calles de Venecia y le habla de la existencia de un aparato para ver más de cerca las cosas lejanas. A partir de esa información, Galileo redescubre y mejora el telescopio, iniciando así sus observaciones astronómicas que le llevarían a la confirmación de la «hipótesis» copernicana y le conducirían al juicio por herejía.
Algún tiempo después el extranjero vuelve a aparecer en la vida de Galileo, esta vez para conducirlo a Europa, la segunda luna de Júpiter, en un futuro lejano donde se requiere su presencia para mediar entre varias facciones.
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