sábado, 13 de agosto de 2016

TARDES DE CHOCOLATE EN EL RITZ - Reyes Calderón

—¿Chiflada? Ni hablar: tú puedes ser muchas cosas, pero no eres una chiflada. Además, tengo que confesarte que yo también tengo consideración por los sueños, aunque no se lo cuento a nadie, no me pase como a ti y me tilden de loca… Hoy todo lo onírico ha caído en desuso, pero, desde muy antiguo, las visiones nocturnas llamaron la atención de reyes y criados, que pagaban cantidades astronómicas a caldeos, griegos, egipcios o judíos para que se las interpretaran: creían que los sueños eran uno de los vehículos por el que las divinidades les daban a conocer su voluntad; los bienes y males venideros…

—¡Qué interesante! ¿Tienes algún libro sobre sueños que me puedas prestar?

En ese instante, me vino a la mente la imagen de Marta leyendo la interpretación freudiana de los sueños, y pensando que, en realidad, su visión nocturna escondía un deseo que no podía satisfacer debido a obvias razones: cargarse a su marido… Decidí que era mejor no prestarle ninguno. Se olvidaría enseguida, de modo que respondí:

—Alguno tengo, sí, pero no sé si te gustará: mezclan las cosas de modo que cuesta separar la paja del trigo.

Marta pareció animarse un poco con la conversación: es por naturaleza una mujer de curiosidad casi infinita y los nuevos datos le hicieron olvidar, al menos temporalmente, su miedo inicial. Dio un pequeño saltito, se colocó justo a mi vera y me pidió que le explicara lo que supiera sobre el mundo de los sueños. Me azoré, porque, como digo, mi conocimiento sobre ese tema se limita a haber leído tres o cuatro libros sobre la materia. Conozco a Marta lo suficiente para saber que tomaría todo lo que yo le dijera como si fuera ciencia comprobada. A toda prisa, intenté ordenar mis ideas.

—¿Has oído hablar de la campana de Gauss? —le pregunté.

—¿Gauss? ¿Te refieres al diseñador? ¡Ahora que lo dices, creo que en mi armario no hay nada suyo!

—¡No, no! Yo me refiero al matemático, a Carl Friedrich Gauss. Es conocido como «el príncipe de los matemáticos» o como «el padre de la moderna teoría de errores»… Bueno, eso no es importante. Lo importante es que él mismo narra que «vio» su heptadecágono (un precioso polígono regular de diecisiete lados, al que llevaba semanas persiguiendo) cuando salía de un sueño, justo en el momento en que despertó. Y no es el único. Algunas leyendas urbanas aseguran que, a menudo, los genios, los artistas y otros outsiders crean sus mejores obras en brazos de Morfeo. Puede que lo que digo no sea más que eso, una leyenda urbana, pero a mí me parece que existe una explicación lógica y racional para que esos descubrimientos tan complejos sean precisamente paridos al alba, cuando uno está desvalido, despegado de casi todas sus potencias, en esa situación de disociación y de desconexión del entorno y de nuestras propias barreras.

SINOPSIS


Un libro tan reconfortante y cálido como una taza de chocolate.

Reyes Calderón nos ofrece en Tardes de chocolate en el Ritz un relato lleno de chocolatinas tentadoras, fracasos de chocolate negro, risas de trufa y profundas conversaciones sobre el amor, la amistad, la familia y el valor del trabajo tan deliciosas como el chocolate más auténtico.

La noche en que se conocieron en la recepción de una embajada, nada hacía presagiar que Marta y Reyes acabarían siendo amigas. Excéntrica, adicta al lujo, con varios fracasos amorosos a sus espaldas y un marido recién estrenado, Marta no parecía tener nada en común con Reyes, una mujer volcada en su profesión y su familia. Pero el destino las unió y, contra todo pronóstico, comenzaron a reunirse el tercer jueves de cada mes en el Ritz. Entre animadas charlas y reconfortantes tazas de chocolate, sus vidas terminaron entremezclándose. Porque, sin saberlo, las dos andaban en busca de la misma felicidad.

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