viernes, 12 de abril de 2013

EL TÍO PETROS Y LA CONJETURA DE GOLDBACH - Apóstolos Doxiadis

Ahora resumiré una larga historia (la mía):

No llegué a ser matemático, pero no fue por culpa de las estratagemas de mi tío Petros. Aunque su desprecio "intuitivo" de mis facultades influyó en la decisión alimentando una inseguridad constante, pertinaz, la verdadera razón fue el miedo.


Los ejemplos de los enfants terribles que aparecieron en el relato de mi tío -Srinivasa Ramanujan, Alan Turing, Kart Gödel y por último, aunque no menos importante, él mismo- me indujeron a preguntarme si de verdad tenía posibilidades de convertirme en un gran matemático. Eran hombres que a los veinticinco años, o incluso menos, habían abordado y resuelto problemas de dificultad inconcebible e importancia colosal. En ese sentido, yo había salido a mi tío: no quería convertirme en una mediocridad ni acabar siendo una "tragedia viviente", para usar sus propias palabras. El tío Petros me había enseñado que en el mundo de las matemáticas sólo se reconoce a los grandes, y dentro de esta clase particular de selección natural, la única alternativa a la gloria es el fracaso. Sin embargo, dado que en mi ignorancia seguía confiando en mis aptitudes, lo que temía no era el fracaso profesional.

Todo comenzó con la penosa visión del padre del teorema de la incompletitud vestido con una multitud de prendas de abrigo, el gran Kart Gödel convertido en un viejo loco y patético, bebiendo agua caliente totalmente aislado de los demás en el salón del Instituto de Estudios Avanzados.

Cuando regresé a mi universidad, leí las biografías de los grandes matemáticos que habían desempeñado algún papel en la historia de mi tío. De los seis que había mencionado, sólo dos, apenas un tercio, habían tenido una vida personal que podría considerarse más o menos feliz y, curiosamente, en términos comparativos eran los menos relevantes: Carathéodory y Littlewood. Hardy y Ramanujan habían intentado suicidarse (el primero por dos veces) y Turing lo había conseguido. Como ya he dicho, Gödel se encontraba en un estado lamentable.* Si añadía al tío Petros a la lista, las estadísticas eran aún más desoladoras. Aunque todavía admiraba el valor y la perseverancia que había demostrado en la juventud, no podía decir lo mismo de la manera en que había decidido desperdiciar la segunda parte de su existencia. Por primera vez lo vi tal cual era: un desdichado recluso sin vida social, ni amigos, ni aspiraciones, que mataba el tiempo con problemas de ajedrez. En modo alguno era el prototipo de una vida plena y satisfactoria.

Poco después llegué a la conclusión de que aun en el caso de que poseyera el gran don de esos hombres (algo de lo cual, tras escuchar la historia del tío Petros, había empezado a dudar), no deseaba padecer su suplicio personal.

Por lo tanto, entre el Escila de la mediocridad por una parte y el Caribdis de la locura por la otra, decidí abandonar el barco. Aunque en junio obtuve mi licenciatura en Matemáticas, ya había solicitado plaza en la facultad de Económicas, un medio que no suele ser campo de cultivo de tragedias.

Sin embargo, debo añadir que nunca me he arrepentido de los años en que albergué la esperanza de convertirme en matemático. Aprender matemáticas de verdad, incluso la pequeña porción que yo aprendí, ha sido la más valiosa lección de mi vida. Es obvio que uno no necesita conocer el sistema axiomático de Peano-Dedekind para afrontar los problemas cotidianos, y el dominio de clasificación de grupo simples no es una garantía de éxito en los negocios; pero el profano en la materia no puede imaginar el placer del que se ha privado. La amalgama de Verdad y Belleza revelada mediante la comprensión de un teorema importante no puede obtenerse mediante ninguna otra actividad humana, a menos que también la proporcione la mística (no estoy en condiciones de saberlo).

* Con posterioridad, Gödel se quitó la vida mientras recibía tratamiento para un trastorno urinario en el Hospital de Princeton. Su método de suicidio, igual que su gran teorema, fue sumamente original. Murió de desnutrición, después de negarse a ingerir cualquier clase de alimento durante más de un mes, convencido de que los médicos querían envenenarle.

 SINOPSIS

El anciano tío Petros vive retirado de la vida social y familiar, entregado al cuidado de su jardín y a la práctica del ajedrez. Su sobrino, sin embargo, descubre un día por azar que el tío Petros fue un matemático eminente, profesor en Alemania e Inglaterra, niño prodigio en esta disciplina y estudioso totalmente absorto en sus investigaciones científicas.

Como irá descubriendo el sobrino, y el lector con él, la vida de Petros Papachristos ha girado durante años en torno a la famosa conjetura de Goldbach, un problema en apariencia sencillo, pero que durante más de dos siglos nadie ha conseguido resolver.
En El tío Petros y la conjetura de Goldbach las matemáticas adquieren una dimensión simbólica, y los esfuerzos de un estudioso por resolver un enigma reflejan la lucha prometeica del ser humano por conquistar lo imposible

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