Concluidas las noticias, imprimí el texto y fui en coche a las
oficinas de PanTech Systems para informar de mis averiguaciones.
PanTech tenía su sede en un edificio de tres plantas con ventanas de
cristal ahumado en Westbrook y estaba especializada en sistemas de
seguridad para las redes informáticas de entidades financieras. Su
última innovación incluía un complejo algoritmo ante el que cualquiera
con un coeficiente de inteligencia inferior a doscientos quedaba mudo
de incomprensión, pero que la compañía consideraba prácticamente
infalible. Por desgracia, Errol Hoyt, el matemático que mejor entendía
el algoritmo y había participado en su desarrollo desde el principio
había llegado a la conclusión de que PanTech lo infravaloraba y en ese
momento intentaba vender sus servicios, y el algoritmo, a la
competencia a espaldas de su actual empresa. La circunstancia de que,
además, estuviese acostándose con su contacto en la firma rival "una
tal Stacey Kean, que tenía uno de esos cuerpos esculturales que
provocaban colisiones múltiples en la autovía después de la misa del
domingo" complicaba un poco más el asunto.
Había interceptado las transmisiones de Hoyt por teléfono móvil mediante un sistema de escucha radiofónica celular Cellmate provisto de una antena de alta ganancia. El Cellmate venía en un compacto estuche de aluminio mate que contenía un teléfono Panasonic adaptado, un decodificador a multifrecuencia y una grabadora Marantz. No tenía más que marear el número del teléfono móvil de Hoyt y el Cellmate se ocupaba del resto. Mediante las escuchas, había seguido el rastro a Hoyt y a Kean hasta uno de sus lugares de encuentro, el Days Inn de Maine Mall Road. Esperé en el aparcamiento y tomé fotografías de los dos entrando en la misma habitación. Luego pedí la habitación contigua y, una vez allí, saqué de mi bolsa de piel el dispositivo de vigilancia Penetrator II. Aunque, por su nombre, cabría pensar que el Penetrator II era alguna clase de adminículo sexual, se trataba sólo de un transductor especialmente diseñado para acoplarse a la pared y convertir las vibraciones captadas en impulsos eléctricos; después, éstos se amplificaban y transformaban en señales de audio reconocibles. En este caso, la mayoría de las señales de audio reconocible eran gruñidos y gemidos, pero cuando terminaron con la parte placentera, fueron al grano, y Hoyt proporcionó suficientes detalles comprometedores acerca de lo que ofrecía, y de cómo y cuándo iba a producirse el traspaso, para que PanTech pudiese echarlo sin incurrir en una demanda laboral por despido improcedente y una considerable indemnización por daños y perjuicios. Debo reconocer que era una manera un tanto sórdida de ganarse unos dólares, pero me había resultado cómodo y relativamente sencillo. Ahora ya sólo era cuestión de presentar las pruebas a PanTech y de recoger el cheque.
Había interceptado las transmisiones de Hoyt por teléfono móvil mediante un sistema de escucha radiofónica celular Cellmate provisto de una antena de alta ganancia. El Cellmate venía en un compacto estuche de aluminio mate que contenía un teléfono Panasonic adaptado, un decodificador a multifrecuencia y una grabadora Marantz. No tenía más que marear el número del teléfono móvil de Hoyt y el Cellmate se ocupaba del resto. Mediante las escuchas, había seguido el rastro a Hoyt y a Kean hasta uno de sus lugares de encuentro, el Days Inn de Maine Mall Road. Esperé en el aparcamiento y tomé fotografías de los dos entrando en la misma habitación. Luego pedí la habitación contigua y, una vez allí, saqué de mi bolsa de piel el dispositivo de vigilancia Penetrator II. Aunque, por su nombre, cabría pensar que el Penetrator II era alguna clase de adminículo sexual, se trataba sólo de un transductor especialmente diseñado para acoplarse a la pared y convertir las vibraciones captadas en impulsos eléctricos; después, éstos se amplificaban y transformaban en señales de audio reconocibles. En este caso, la mayoría de las señales de audio reconocible eran gruñidos y gemidos, pero cuando terminaron con la parte placentera, fueron al grano, y Hoyt proporcionó suficientes detalles comprometedores acerca de lo que ofrecía, y de cómo y cuándo iba a producirse el traspaso, para que PanTech pudiese echarlo sin incurrir en una demanda laboral por despido improcedente y una considerable indemnización por daños y perjuicios. Debo reconocer que era una manera un tanto sórdida de ganarse unos dólares, pero me había resultado cómodo y relativamente sencillo. Ahora ya sólo era cuestión de presentar las pruebas a PanTech y de recoger el cheque.
El hallazgo fortuito de una fosa común, a orillas de un lago en el norte
de Maine, pone al descubierto un espeluznante asesinato en masa
cometido hace más de treinta años. Todos los miembros de una comunidad
religiosa, los Baptistas de Aroostook, desaparecieron sin dejar rastro
en 1964, y, ahora que sus cadáveres han vuelto al presente como una muda
acusación, alguien parece muy interesado en que el misterio quede sin
resolver. Pero el pasado regresa con inusitada brutalidad. La primera
víctima es Grace Peltier, una estudiante que, al investigar sobre el
fanatismo religioso en el estado de Maine, ha ahondado en la vida y el
enigmático final de la comunidad de Aroostook. En apariencia, Grace se
ha suicidado, pero hay indicios de asesinato más que suficientes para
que la familia solicite la intervención del detective Charlie Parker,
«Bird», el protagonista de las anteriores entregas de John Connolly.
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