Pero, entonces, lo comprendí. ¡Era tan fácil
! Me bastó echar una última
mirada a las manos que Farag y yo teníamos entrelazadas: en aquel
amasijo, húmedo por el sudor y brillante por la luz, los dedos se habían
multiplicado
A mi cabeza volvió, como en un sueño, un juego infantil,
un truco que mi hermano Cesare me había enseñado cuando era pequeña para
no tener que aprender de memoria las tablas de multiplicar. Para la
tabla del nueve, me había explicado Cesare, sólo había que extender las
dos manos, contar desde el dedo meñique de la mano izquierda hasta
llegar al número multiplicador y doblar ese dedo. La cantidad de dedos
que quedaba a la izquierda, era la primera cifra del resultado, y la que
quedaba a la derecha, la segunda.
Me desasí del apretón de Farag, que no abrió los ojos, y regresé frente al ángel. Por un momento creí que perdería el equilibrio, pero me sostuvo la esperanza. ¡No eran seis y tres los eslabones que había que dejar colgando! Eran sesenta y tres. Pero sesenta y tres no era una combinación que pudiera marcarse en aquella caja fuerte. Sesenta y tres era el producto, el resultado de multiplicar otros dos números, como en el truco de Cesare, ¡y eran tan fáciles de adivinar!: ¡los números de Dante, el nueve y el siete! Nueve por siete, sesenta y tres; siete por nueve, sesenta y tres, seis y tres. No había más posibilidades. Solté un grito de alegría y empecé a tirar de las cadenas. Es cierto que desvariaba, que mi mente sufría de una euforia que no era otra cosa que el resultado de la falta de oxígeno. Pero aquella euforia me había proporcionado la solución: ¡Siete y nueve! O nueve y siete, que fue la clave que funcionó. Mis manos no podían empujar y tirar de los mojados eslabones, pero una especie de locura, de arrebato alucinado me obligó a intentarlo una y otra vez con todas mis fuerzas hasta que lo conseguí. Supe que Dios me estaba ayudando, sentí Su aliento en mí, pero, cuando lo hube conseguido, cuando la losa con la figura del ángel se hundió lentamente en la tierra, dejando a la vista un nuevo y fresco corredor y deteniendo el incendio del subterráneo, una voz pagana en mi interior me dijo que, en realidad, la vida que había en mí siempre se resistiría a morir.
Me desasí del apretón de Farag, que no abrió los ojos, y regresé frente al ángel. Por un momento creí que perdería el equilibrio, pero me sostuvo la esperanza. ¡No eran seis y tres los eslabones que había que dejar colgando! Eran sesenta y tres. Pero sesenta y tres no era una combinación que pudiera marcarse en aquella caja fuerte. Sesenta y tres era el producto, el resultado de multiplicar otros dos números, como en el truco de Cesare, ¡y eran tan fáciles de adivinar!: ¡los números de Dante, el nueve y el siete! Nueve por siete, sesenta y tres; siete por nueve, sesenta y tres, seis y tres. No había más posibilidades. Solté un grito de alegría y empecé a tirar de las cadenas. Es cierto que desvariaba, que mi mente sufría de una euforia que no era otra cosa que el resultado de la falta de oxígeno. Pero aquella euforia me había proporcionado la solución: ¡Siete y nueve! O nueve y siete, que fue la clave que funcionó. Mis manos no podían empujar y tirar de los mojados eslabones, pero una especie de locura, de arrebato alucinado me obligó a intentarlo una y otra vez con todas mis fuerzas hasta que lo conseguí. Supe que Dios me estaba ayudando, sentí Su aliento en mí, pero, cuando lo hube conseguido, cuando la losa con la figura del ángel se hundió lentamente en la tierra, dejando a la vista un nuevo y fresco corredor y deteniendo el incendio del subterráneo, una voz pagana en mi interior me dijo que, en realidad, la vida que había en mí siempre se resistiría a morir.
SINOPSIS
Tras el éxito de El salón de ámbar
e Iacobus, Matilde Asensi nos presenta una nueva novela tan impactante
como aquellas. Todo comienza cuando una científica que trabaja para el
Vaticano es llamada para descifrar las extrañas señales aparecidas en el
cuerpo de un etíope fallecido en extrañas circunstancias. A partir de
aquí se desplegará una trama trepidante y que pondrá al descubierto una
siniestra conspiración para atentar contra las reliquias más sagradas de
la Iglesia.
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