martes, 22 de octubre de 2013

LECTURAS EN PDF

Abrimos una nueva sección en el blog.

En la sección "Páginas del blog" voy a ir incluyendo archivos en formato pdf con los textos que se han ido publicando en las entradas, de forma que desde esa sección se pueda tener acceso a la descarga de los archivos.

Me llevará algún tiempo ir actualizando todas las entradas que se han ido publicando hasta este momento.

En la entrada correspondiente puedes ver si ya está disponible la versión pdf.

Espero que os sean de utilidad.

miércoles, 16 de octubre de 2013

MANUAL DE ESPUMAS - Gerardo Diego

LÁMINA

Las cosas han perdido
el relieve.
Casas, ambiente, todo
sin fondo.
Veo caras de mujeres
planimétricas,
Las calles son mentiras
geométricas.
Líneas de puntos, sincopadas
con infantiles perspectivas.
Perdí mi esteroscopio.
En mí mismo todo es
superficial.
He perdido el escorzo
esferoidal.
Oh absurdo mapamundi
rectangular.
El paisaje sale del rodillo, 
tuerto.

SINOPSIS

Manual de espumas de Gerardo Diego, es un libro en el que el poeta santanderino se distancia de la realidad aparente y construye palabras en imágenes válidas porque establecen en sí mismas una red compleja de sugerencias sin referentes inmediatos y cuyo punto de partida es un estado de ánimo, la exigencia de proyectar sentimientos, emociones imprecisas, sueños que se entrecruzan en la página en blanco determinando sus propios ecos, sus propias resonancias, porque surgen con su entidad propia que si refleja un control intelectual evidencia, asimismo, una aguda sensibilidad. 


REDESCUBRIENDO LA POESÍA

Hacía tiempo que me daba el lujo de leer poesía. 

Como ocurre con muchas otras aficiones que teníamos hace años, la falta de tiempo ha sido la excusa para abandonar tan buena costumbre.

Desde que comencé (no hace mucho) con este blog he dedicado parte de mi tiempo, ese del que no disponía antes, a buscar textos que pudiera ir incluyendo aquí.

Y el azar me llevó a descubrir "la cinta de moebius", una obra poética del autor Jesús Malia. Y posiblemente el azar llevó a Jesús hasta este modesto blog en el que me sorprendió gratamente que dejara un comentario.

A través de él he conocido su blog Poesía Abierta y he vuelto a disfrutar con la lectura de poesías, la mayoría desconocidos para mí.

Os invito a daros un paseo por el blog. Todo un placer para los sentidos.

martes, 8 de octubre de 2013

EN BUSCA DE KLINGSOR - Jorge Volpi

Fue una tarde de junio cuando su madre decidió enseñarle a contar. Lo acomodó en su regazo y con la misma voz indiferente con la cual narraba historias de ángeles y bestias le reveló el secreto de las matemáticas, susurrando cada cifra como si se tratase de una estación más en el vía crucis, o un salmo inserto en sus plegarias. Detrás de los cristales, la arboleda se estremecía con la primera tormenta del verano; su violento martilleo les recordaba la presencia de Dios y el tamaño de su misericordia. Ese día, Frank obtuvo un remedio contra las tempestades y aprendió, además, que los números son mejores que las personas. A diferencia de los seres humanos —pensaba en la repentina cólera de su padre o en la distante soberbia de su madre—, uno siempre puede confiar en ellos: no se alteran ni mudan su ánimo, no engañan ni traicionan, no te golpean por ser frágil.

Pasaron varios años antes de que descubriera, durante un ataque de fiebre, que la aritmética oculta sus propios trastornos y manías, y que no forma, como creyó en un principio, una comunidad tenue e inconmovible. Entre delirios —el médico había bañado su cuerpo desnudo con trozos de hielo—, el pequeño Frank observó por primera vez sus pasiones secretas. Al igual que los hombres que conocía hasta entonces, los números luchaban entre sí con una ferocidad que no admitía capitulaciones. Luego comprobó la variedad de sus conductas: se amaban entre paréntesis, fornicaban al multiplicarse, se aniquilaban en las sustracciones, construían palacios con los sólidos pitagóricos, danzaban de un extremo a otro de la vasta geometría euclidiana, inventaban utopías en el cálculo diferencial y se condenaban a muerte en el abismo de las raíces cuadradas. Su infierno era peor: no yacía debajo del cero, en los números negativos —odiosa simplificación infantil— sino en las paradojas, en las anomalías, en el penoso espectro de las probabilidades.

Desde entonces, las invenciones numéricas fueron su mayor consuelo; en ellas se encontraba, para él, la única existencia verdadera. Sólo quienes no estaban acostumbrados a escucharlas —como su padre y los doctores— podían creer que eran criaturas perversas y ambiciosas. No era cierto que le devoraban el cerebro, haciéndole imaginar al mundo como una torpe conjetura matemática. Tampoco era verdad que sólo obedeciese los dictados de la lógica, rebelde a las leyes de los hombres. Simplemente se resistía a abandonar el reino de la geometría para volver, resignado, a la sórdida rutina de su hogar.

La primera de las muchas veces que fue raptado por los demonios del álgebra, Frank tenía cinco años. Su madre lo encontró en el sótano, aterido por las heladas de noviembre, con la vista fija en las tuberías. De sus labios manaba una saliva correosa, espumante, y su cuerpo había adquirido la consistencia del cáñamo. Tras consultarlo con un neurólogo, el médico que lo atendía concluyó que el único remedio era la paciencia. «Es como si estuviese dormido», añadió, incapaz de explicar ese estado similar a la hipnosis o al autismo. Pasó un día y medio antes de que se cumpliera la predicción del facultativo. Tal como éste había afirmado, Frank comenzó a arrastrarse por la cama como una mariposa que sale de su capullo. La madre, que dormitaba a su lado desde el inicio de la enfermedad, lo abrazó convencida de que su amor lo había salvado de la muerte. Minutos más tarde, cuando al fin movió los labios con soltura, el pequeño la contradijo. «Sólo resolvía un problema», confesó para sorpresa de todos. Luego sonrió: «Y lo he conseguido».


SINOPSIS

Es difícil encontrar hoy en el mundo hispánico a un escritor joven capaz de concebir y ejecutar una obra de tan vasta ambición como En busca de Klingsor, a la vez perfectamente documentada en sus complejos referentes culturales e históricos y perfectamente diseñada en su plan general y en cada detalle en particular. El tema no puede ser ni más amplio ni más trascendente: la relación entre la ciencia y el mal, por una parte; el papel concreto del nazismo, en cuanto encarnación del mal, y su capacidad de seducción sobre regiones oscuras de la personalidad humana, por otra parte.
 
  En buena medida, los personajes y hechos evocados son reales, aunque coexisten en una arquitectura muy sabia, con seres y sucesos de ficción. De lectura a la vez turbadora y cautivadora, enteramente alejada de los patrones usuales de la narrativa hispánica, En busca de Klingsor es un asombroso examen del dilema faustiano que en nuestro siglo, ha encarado a muchos con la atracción del horror.

AXIOMÁTICO - Greg Egan


EL ASESINO INFINITO

Hay algo que jamás cambia: cuando un yonqui mutante puesto de S empieza a revolver la realidad, siempre es a mí a quien envían a la vorágine para arreglar el embrollo.
 
¿Por qué? Me dicen que soy estable. De fiar. De confianza. Después de cada interrogatorio tras la misión, los psicólogos de La Empresa (en cada ocasión completos desconocidos) agitan la cabeza asombrados de lo que indican los instrumentos, y me dicen que soy exactamente la misma persona que yo era cuando fui a la misión.
 
El número de mundos paralelos es innumerablemente infinito —infinito como los números reales, no simplemente como los enteros— lo que dificulta las cuantificaciones sin el uso de complejas definiciones matemáticas, pero en general, parece que soy extrañamente invariante: más similar de un mundo a otro que la mayoría de la gente. ¿Cómo de similar? Lo suficiente para ser útil. Lo suficiente para cumplir con el trabajo.
 
Nunca me han contado cómo sabe La Empresa todo esto, cómo me encontraron. Me reclutaron a los diecinueve años. Me sobornaron. Me entrenaron. Me lavaron el cerebro, supongo. En ocasiones me pregunto si mi estabilidad realmente depende de mí; quizá la verdadera constante es la forma en que me han preparado. Quizá un número infinito de personas diferentes, pasando por el mismo proceso, acabarían igual. Han acabado todas igual. No lo sé.
 
Los detectores esparcidos por el planeta han sentido los débiles comienzos de una vorágine, y han determinado su centro con una precisión de kilómetros, pero se trata de la posición más precisa que puedo esperar recibir por esos medios. Cada versión de La Empresa comparte libremente su tecnología con las otras, para garantizar una respuesta uniformemente óptima, pero incluso en el mejor de todos los mundos posibles, los detectores son demasiado grandes, y demasiado delicados, para dar una lectura más precisa.

SINOPSIS

Greg Egan nos brinda la que es, probablemente, la mejor antología de relatos de ciencia ficción publicada en los últimos 20 años. En este espectacular libro tenemos dieciocho relatos en los que el australiano explora con destreza y habilidad, temas como identidad personal, destino, manipulación genética, conspiraciones globales, o culpabilidad en una antología de referencia en la moderna ciencia ficción. Si alguien cree que la ciencia ficción está muerta es que no ha leído a Greg Egan, y, en particular, no ha leído esta antología. Las ideas son el motivo central de todos estos relatos. Dónde más brilla Egan es en los cuentos que tratan sobre el problema de la personalidad humana. Axiomático, Ver y Cercaníason otras tantas visiones de cómo nuestra biología y la estructura neurológica de nuestros cerebros dan forma a quiénes somos.

CIEN CARTAS DE AMOR - Nizar Qabbani

No tienes tiempo real fuera de mi ansiedad,
yo soy todo tu tiempo.
No posees dimensiones precisas
más allá de mis brazos extendidos.
Yo soy tus dimensiones por entero:
tus círculos, tus ángulos,
tus curvas
y tus rectas.
El día en que te adentraste en los bosques de mi pecho
fuiste a la libertad.
Cuando saliste de ellos,
fuiste esclava.
Pudo comprarte el jeque de la tribu.


domingo, 6 de octubre de 2013

LA CIFRA - Jorge Luis Borges

LA TRAMA

En el segundo patio
la canilla periódica gotea,
fatal como la muerte de César.
Las dos son piezas de la trama que abarca
el círculo sin principio ni fin,
el ancla del fenicio,
el primer lobo y el primer cordero,
la fecha de mi muerte
el teorema perdido de Fermat.
A esa trama de hierro
los estoicos la pensaron de un fuego
que muere y que renace como el Fénix.
Es el gran árbol de las causas
y de los ramificados efectos;
en sus hojas están Roma y Caldea
y lo que ven las caras de Jano.
El universo es uno de sus nombres.
Nadie lo ha visto nunca
y ningún hombre puede ver otra cosa.


SINOPSIS

La cifra, penúltimo libro de poesía de Jorge Luis Borges, reúne cuarenta y cinco composiciones escritas entre 1978 y 1981. La búsqueda del instante que puede justificar el sentido de una vida o del universo es la materia de cada texto. Como declara el autor en el prólogo, dicho proceso tiene un carácter marcadamente intelectual; sin embargo, un fuego secreto domina el volumen. En sus páginas el verso libre, el soneto y la prosa poética se alternan como instrumentos de precisión destinados a proporcionar una clave íntima: ciertas lecturas, ciertos amores, una esquina de Buenos Aires, el recuerdo de alguna muerte violenta, el cambiante rostro que permanece en los espejos. «Ajedrez misterioso la poesía —escribió Borges—, cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en un sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto.»

LA CIFRA - Jorge Luis Borges

UN SUEÑO

En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma del círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular… El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.

SINOPSIS


La cifra, penúltimo libro de poesía de Jorge Luis Borges, reúne cuarenta y cinco composiciones escritas entre 1978 y 1981. La búsqueda del instante que puede justificar el sentido de una vida o del universo es la materia de cada texto. Como declara el autor en el prólogo, dicho proceso tiene un carácter marcadamente intelectual; sin embargo, un fuego secreto domina el volumen. En sus páginas el verso libre, el soneto y la prosa poética se alternan como instrumentos de precisión destinados a proporcionar una clave íntima: ciertas lecturas, ciertos amores, una esquina de Buenos Aires, el recuerdo de alguna muerte violenta, el cambiante rostro que permanece en los espejos. «Ajedrez misterioso la poesía —escribió Borges—, cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en un sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto.»

LA FÓRMULA STRADIVARIUS - I. Biggi

—Vale —dijo Ludwig haciendo un gesto con la mano como para dejar de lado la lección de historia—. Queda claro que los nazis creían poder dominar el mundo y volver a recuperar la divinidad perdida y que se dedicaron a ello. Pero, dígame, ¿cómo podrían usar esos instrumentos para conseguir sus propósitos?

—Como le dije al inspector, no tengo ni idea. No crea que no me he hecho mil veces esa pregunta.

—¿Y no ha llegado a ninguna conclusión?

—Ninguna que pueda tener sentido.

—Nada de todo esto tiene ningún sentido. Dígame qué se le ha ocurrido.

—Bueno —contestó Menasés alzando los hombros mientras mantenía las manos enlazadas detrás de la espalda—. Una posibilidad es que los instrumentos escondan una fórmula matemática a la que los nazis atribuyan la capacidad de crear el Universo.

—¿Una fórmula matemática? —respondió escandalizado el médico.

—Usted me ha pedido que le dé mi opinión. —Menasés volvió a alzar los hombros—. No digo que sea cierta o realizable. En la antigua Grecia, primero Pitágoras y luego otros muchos, afirmaban que el Universo era números. Todos los pueblos han dado gran importancia a los números y sus propiedades. La numerología cree que el número posee una personalidad propia que expresa la relación de las partes con el Todo, del individuo con el Ser. La Cábala, que yo estudio, cree en el poder de los números. Los alquimistas también. El Número de Oro o Proporción Áurea dirige la arquitectura de la naturaleza, la concha del caracol, la forma en que salen las ramas y las hojas de algunas plantas. Sobre él se establecieron los cánones de belleza del rostro humano en Grecia. Lo utilizó Leonardo da Vinci para las proporciones del ser humano. El Partenón, la catedral de Estrasburgo o la pirámide de Keops siguen esa proporción. Beethoven la emplea en su Quinta Sinfonía. El I’Ching o Libro de las Mutaciones habla en uno de sus capítulos de los números emblemáticos celestes y de cómo pueden evocar el Universo. Y lo que es curioso, recientemente han descubierto que Stradivarius fabricó sus instrumentos de acuerdo con esa proporción.

»Para los numerólogos se puede asignar un número a todo lo que existe. Por tanto, en él está la clave de su significado y comportamiento.

»Pitágoras observó que si tensaba una cuerda, como ocurre en un violín, ésta emitía una nota al pulsarla. Si dividía la cuerda en mitades, tercios u otros números racionales, obtenía notas en armonía con la primera. Pensó que los cuerpos celestes estaban separados unos de otros por intervalos exactos, como los de la cuerda, y por tanto el movimiento de estos cuerpos daba lugar a la “música de las esferas celestes”. Sus discípulos afirmaban que las proporciones numéricas eran el modelo sobre el que se había formado el Universo. Platón así lo dice en el Timeo, uno de sus diálogos. La proporción de las partes de un Todo constituiría la Armonía.

»Hasta tal punto los números eran importantes para Pitágoras que tenía uno especialmente venerado: el diez. La tetractys, que es una pirámide de significado esotérico, fue adoptada como símbolo sagrado de los pitagóricos.

Menasés, inclinándose con dificultad, dibujó con el dedo el símbolo pitagórico en el suelo de tierra.

—Claro que también podía ser algo relacionado con la vibración —apuntó el rabino incorporándose y retomando la pregunta de Ludwig—. Esto es un poco complejo —añadió Menasés—. Usted es otorrino. Sabe cómo se propaga el sonido. La característica fundamental es la frecuencia, ¿verdad? El número de ciclos en un tiempo determinado. Cuantas más oscilaciones en ese plazo de tiempo tenga ese sonido, más alta será la frecuencia. Bien. Imaginemos que el secreto que guardan esos instrumentos es una fórmula musical por la que Stradivarius era capaz de alcanzar determinadas frecuencias que provocaran una reacción física en el medio. ¿Qué opina?

—Todo me parece la misma locura —admitió Ludwig—. En todo caso esta idea no es peor que las otras.

—Gracias —dijo sonriendo Menasés.

—Hay una teoría de un especialista japonés en medicina alternativa —apuntó Ludwig recordando los últimos artículos aparecidos en revistas especializadas—, un tal Maseru Emoto, sobre por qué la música es capaz de relajar o acelerar el ritmo cardíaco. Según él ésta puede modificar la estructura molecular. Emoto ha realizado experimentos en los que moléculas de agua expuestas a música clásica adoptan unas formas delicadas y simétricas, mientras que, si se cambia la música por otra de rock, los cristales del agua se parten. Al estar el cuerpo humano compuesto en su mayoría de agua, la alteración molecular de ésta tendría consecuencias en el organismo.

Entre tanto habían terminado de recorrer el magnífico jardín botánico. Parados delante de las columnas, Ludwig echó un vistazo a su reloj y propuso:

—¿Le gustaría acompañarme a almorzar? Tengo hambre. Conozco un sitio donde se come de maravilla. Quizá podríamos seguir hablando.

—¿Por qué no? —dijo Menasés.

—Seguro que le gusta. ¿Come de todo?

—Lo que me echen —contestó Menasés sonriendo abiertamente—. ¿Lo pregunta porque soy judío? En los campos de concentración aprendí a no despreciar nada.


 SINOPSIS

Una trama que reúne historia, religión y una música tan celestial como peligrosa.
Antoni Stradivarius fue el más famoso luthier de todos los tiempos. En 1680, un hombre misterioso visita Stradivarius en plena noche para hacerle un prodigioso encargo: construir doce instrumentos de cuerda cuya melodía abra las puertas del cielo. En el año 2003, el inspector Herrero investiga el brutal asesinato de un acaudalado armador residente en Madrid. Mientras, un asalto sin móvil aparente al apartamento de un joven médico alarma a las autoridades de Ginebra. ¿Pueden estos casos, aparentemente aislados, tener alguna relación con la visita secreta que Stradivarius recibió aquella noche hace más de tres siglos? 

LA FÓRMULA PREFERIDA DEL PROFESOR - Yoko Ogawa

Mi hijo y yo le llamábamos profesor. Y el profesor llamaba a mi hijo «Root», porque su coronilla era tan plana como el signo de la raíz cuadrada.

—Vaya, vaya. Parece que aquí debajo hay un corazón bastante inteligente —había dicho el profesor mientras le acariciaba la cabeza sin preocuparse de que se le despeinara.

Mi hijo, que llevaba siempre una gorra para que sus amigos no se burlasen de él, metió la cabeza entre los hombros, a la defensiva.

—Utilizándolo, se puede dar una verdadera identidad a los números infinitos, así como a los imaginarios.

Y dibujó el signo de la raíz cuadrada con el dedo índice en el borde de su escritorio, sobre el polvo acumulado:



Entre las innumerables cosas que el profesor nos enseñó a mi hijo y a mí, el significado de la raíz cuadrada ocupa un lugar importante. Es posible que al profesor —convencido, como estaba, de que era posible explicar la formación del mundo con números— el término «innumerable» le resultara incómodo. Pero no sé expresarlo de otra manera. Nos enseñó números primos hasta llegar a los cientos de miles, así como el número mayor jamás utilizado para una demostración matemática registrado en el Libro Guinness, o la noción matemática de transfinito; sin embargo, por mucho que enumere estas cosas y otras más, no guardan proporción alguna con la intensidad de las horas que pasamos con él.

Recuerdo bien el día en que, los tres juntos, intentamos descubrir qué magia es la que coloca los números bajo el símbolo de la raíz cuadrada. Fue a principios de abril, una tarde lluviosa. En el estudio oscuro lucía una bombilla, la cartera de la que mi hijo se había desprendido había aterrizado sobre la alfombra, y por la ventana se veían unas flores de albaricoquero mojadas por la lluvia.

Invariablemente, en cada ocasión, el profesor no sólo esperaba de nosotros una respuesta correcta. Se alegraba cuando, por no saber contestar, acabábamos soltando como último recurso un disparate, en lugar de permanecer obstinadamente callados. Y aun se congratulaba más si la respuesta suscitaba nuevas preguntas que fueran más allá del problema inicial. Tenía una concepción original sobre el «error correcto», de manera que era capaz de darnos de nuevo confianza precisamente cuando más apurados nos veíamos, sin poder encontrar la solución correcta.

—Ahora, veamos: intentemos encajarle el -1 —dijo el profesor.

—Debe dar -1, multiplicando dos veces un mismo número, ¿no?

Mi hijo, que acababa de aprender las fracciones en la escuela, entendía ya que existían números inferiores al cero, tan sólo con una explicación del profesor que ocupó menos de media hora. Imaginamos, mentalmente, √(-1). Raíz cuadrada de 100 es igual a 10, raíz cuadrada de 16, igual a 4 y la de 1 es 1, por lo tanto la de -1 es igual a... El profesor nunca nos metía prisa. Le gustaba más que nada contemplar la cara de mi hijo y la mía cuando nos poníamos a pensar detenidamente.

—Pero... ese número... ¿quizá no exista? —comenté con prudencia.

—Sí, claro que sí, está aquí —señaló su pecho—. Es un número muy discreto, no se muestra en público, pero está ahí dentro del corazón y sostiene el mundo con sus pequeñas manos.

Guardamos de nuevo silencio para meditar sobre la raíz cuadrada de -1, que, al parecer, extendía sus brazos al máximo desde un lugar lejano y desconocido. Sólo se escuchaba el sonido de la lluvia. Mi hijo se puso la mano en la cabeza como para comprobar una vez más cómo era una raíz cuadrada.

Pero el profesor no sólo se limitaba a enseñar. Era reservado con todo lo que desconocía, tan discreto como la raíz cuadrada de -1. Cuando necesitaba algo de mí, se me dirigía diciendo:

—Perdone, pero...

Siempre pedía excusas; incluso cuando quería que ajustara el temporizador del tostador a tres minutos y medio, nunca olvidaba añadir un «perdone». Yo giraba el botón, él alargaba el cuello, mirando dentro del tostador hasta que el pan terminaba de tostarse. Prestaba la misma atención al proceso de tueste del pan que al progreso hacia la verdad de las demostraciones matemáticas, como si aquella verdad tuviera el mismo valor que el teorema de Pitágoras.

SINOPSIS

«Una historia de amor, amistad y transmisión del saber...»
Auténtico fenómeno social en Japón (un millón de ejemplares vendidos en dos meses, y otro millón en formato de bolsillo, película, cómic y CD) que ha desatado un inusitado interés por las matemáticas, este novela de Yoko Ogawa la catapultó definitivamente a la fama internacional en 2004. En ella se nos cuenta delicadamente la historia de una madre soltera que entra a trabajar como asistenta en casa de un viejo y huraño profesor de matemáticas que perdió en un accidente de coche la memoria (mejor dicho, la autonomía de su memoria, que sólo le dura 80 minutos). Apasionado por los números, el profesor se irá encariñando con la asistenta y su hijo de 10 años, al que bautiza «Root» («Raíz Cuadrada» en inglés) y con quien comparte la pasión por el béisbol, hasta que se fragua entre ellos una verdadera historia de amor, amistad y transmisión del saber, no sólo matemático…Como dice en su postfacio el profesor León González Sotos, «asistimos al emocionado ajetreo, de venerable filiación platónica, entre la anónima doméstica, el también —¿innombrable?— Profesor y el pupilo Root. Entre idas y venidas, tareas caseras y cuidados piadosos a su muy especial cliente, éste va desvelando las arcanas relaciones numéricas que los datos cotidianos más anodinos pueden encerrar.»

jueves, 3 de octubre de 2013

LA CINTA DE MOEBIUS - Jesús Malia

2 o eclipse

pensad en la penumbra de un eclipse solar

o tan solo en esferas puestas en linea

o en dos ojos sedientos y algun punto exacto en su mediana


y que un ojo es el sol la tierra el otro

y ese punto exacto en que esperamos sea la luna

o que son

con perdon por la violencia que sigue

y la tristeza anterior

de un lado venus

del otro marte

la tierra en medio

JESÚS MALIA



LA INTERMITENCIAS DE LA MUERTE - José Saramago

Mucho más que una hecatombe. Durante siete meses, que fueron tantos los que duró la tregua unilateral de la muerte, se fueron acumulando en una nunca vista lista de espera más de sesenta mil moribundos, para ser exactos sesenta y dos mil quinientos ochenta, que descansaron en paz por obra de un instante único, de un segundo de tiempo cargado de una potencia mortífera que exclusivamente encontraría comparación en ciertas reprobables acciones humanas. A propósito, no nos resistiremos a recordar que la muerte, por si misma, sola, sin ninguna ayuda exterior, siempre ha matado mucho menos que el hombre. Tal vez algún espíritu curioso se este preguntando cómo hemos conseguido obtener la precisa cantidad de sesenta y dos mil quinientas ochenta personas que cerraron los ojos al mismo tiempo y para siempre. Fue muy fácil. Sabiéndose que el país donde todo esto pasa tiene alrededor de diez millones de habitantes y que la tasa de mortalidades es más o menos de diez por mil, dos simples operaciones de aritmética, de las más elementales, la multiplicación y la división, a la par de una cuidadosa ponderación de las proporciones intermedias mensuales y anuales, nos han permitido obtener, cifra arriba o cifra abajo, una estrecha horquilla numérica en la que la cantidad indicada se presenta como media razonable, y si decimos razonable es porque también hubiéramos podido adoptar los números colaterales de sesenta y dos mil quinientas setenta y nueve o de sesenta y dos mil quinientas ochenta y una personas si la muerte del presidente de la corporación de funerarias, por inesperada y a última hora, no hubiera introducido en nuestros cálculos un factor de perturbación. De todos modos, confiamos en que la verificación de los óbitos, iniciada en las primeras horas del día siguiente, confirme la exactitud de las cuentas hechas. Otro espíritu curioso, de los que siempre interrumpen al narrador, se preguntará cómo podían saber los médicos a que direcciones deberían acudir para ejecutar una obligación sin cuyo cumplimiento un muerto no está legalmente muerto, aunque sea indiscutible que muerto está. En ciertos casos, excusado sería decirlo, fueron las propias familias del difunto las que llamaron a su médico asistente o de cabecera, pero ese recurso forzosamente tendría un alcance muy reducido, dado que lo que se pretendía era oficializar en tiempo récord una situación anómala, para que no se confirmara, una vez más, el dicho que asevera que una desgracia nunca viene sola, lo que, aplicado a la situación, significaría que tras la muerte súbita, putridez en casa.

SINOPSIS

En un país cuyo nombre no será mencionado se produce algo nunca visto desde el principio del mundo: la muerte decide suspender su trabajo letal, la gente deja de morir. La euforia colectiva se desata, pero muy pronto dará paso a la desesperación y al caos. Sobran los motivos. Si es cierto que las personas ya no mueren, eso no significa que el tiempo haya parado. El destino de los humanos será una vejez eterna. Se buscarán maneras de forzar a la muerte a matar aunque no lo quiera, se corromperán las conciencias en los «acuerdos de caballeros» explícitos o tácitos entre el poder político, las mafias y las familias, los ancianos serán detestados por haberse convertido en estorbos irremovibles. Hasta el día en que la muerte decide volver... Arrancando una vez más de una proposición contraria a la evidencia de los hechos corrientes, José Saramago desarrolla una narrativa de gran fecundidad literaria, social y filosófica que sitúa en el centro la perplejidad del hombre ante la impostergable finitud de la existencia. Parábola de la corta distancia que separa lo efímero y lo eterno, Las intermitencias de la muerte bien podría terminar tal como empieza: «Al día siguiente no murió nadie».