martes, 26 de mayo de 2015

EL FIN DEL MUNDO Y UN DESPIADADO PAÍS DE LAS MARAVILLAS - Haruki Murakami

El centro de la ciudad lo constituía una plaza semicircular que se extendía por el lado norte del Puente Viejo. La otra mitad del círculo, es decir, su parte inferior, estaba en el lado sur, separada por el río. Aunque a ambos semicírculos se los denominaba la Plaza Norte y la Plaza Sur, y eran concebidos como una unidad, de hecho eran tan distintos que casi podía decirse que causaban una impresión diametralmente opuesta. En la Plaza Norte reinaba una atmósfera extraña, densa y asfixiante, como si en ella confluyera el silencio de las calles circundantes. En la Plaza Sur, por el contrario, había poco que sentir; sobre ella flotaba una vaga sensación de pérdida. En comparación con la zona que se extendía al norte del puente, al sur los edificios escaseaban y las piedras redondas del pavimento y los parterres estaban poco cuidados.

En el centro de la Plaza Norte se erguía alta, apuntando al cielo, la gran torre del reloj. En lugar de torre del reloj, en realidad tal vez hubiera sido más exacto decir que tenía la forma de una torre del reloj. Porque, un día, sus agujas se inmovilizaron y el reloj perdió por completo su función.

Aquella torre cuadrada de piedra, con sus cuatro aristas apuntando a los cuatro puntos cardinales, se iba estrechando conforme ganaba en altura. En su cima había cuatro esferas, una en cada cara, con las ocho agujas señalando, para toda la eternidad, las diez y treinta y cinco minutos. Por los ventanucos que se vislumbraban un poco más abajo cabía suponer que la torre estaba hueca y que se podía ascender a la cima por una escalera o algo similar, pero no se veía entrada alguna. La torre era altísima, tanto que, para distinguir la hora que señalaban las agujas, era necesario cruzar el río y pasar al lado sur.

SINOPSIS

Dos historias paralelas se desarrollan en escenarios de nombre evocador: una transcurre en el llamado «fin del mundo», una misteriosa ciudad amurallada; la otra, en un Tokio de un futuro quizá no muy lejano, un frío y despiadado país de las maravillas.
En la primera, el narrador y protagonista, anónimo, se ve privado de su sombra, poco a poco también de sus recuerdos, e impelido a leer sueños entre unos habitantes de extrañas carencias anímicas y unicornios cuyo pelaje se torna dorado en invierno.
En la segunda historia, el protagonista es un informático de gustos refinados que trabaja en una turbia institución gubernamental, enfrentada a otra organización no menos siniestra en una guerra por el control de la información; sus servicios son requeridos por un inquietante científico que juguetea con la manipulación de la conciencia y de la mente y vive aislado en la red de alcantarillado, una red poblada por los tinieblos, tenebrosas criaturas carnívoras.