sábado, 30 de noviembre de 2013

CASINO - Nichola Pileggy

Rosenthal El Zurdo no creía en la suerte. Creía en las probabilidades. En los números. En las posibilidades. En las matemáticas. En las fracciones de datos que había acumulado copiando estadísticas de equipos en ficheros. Consideraba que los partidos estaban decididos de antemano y que se podía comprar a los árbitros. Conocía a algunos jugadores de baloncesto que practicaban durante muchas horas al día el arte del lanzamiento al aro y a otros jugadores que apostaban por el intermedio entre las probabilidades existentes y conseguían un beneficio del diez por ciento del dinero apostado. Estaba seguro de que determinados atletas hacían el vago y otros el lesionado. Creía en las rachas de victoria o derrota; creía en la gama de puntos, en las apuestas sin límite y en los que dominaban hasta tal punto la mecánica de las cartas que podían repartir sin cortar el celofán de la baraja. En otras palabras, en lo referente al juego, El Zurdo creía en todo menos en la suerte. La suerte era el enemigo en potencia. La suerte era la tentadora, la que susurraba con aire seductor y le alejaba a uno de los datos. No tardó El Zurdo en aprender que si quería dominar la técnica y convertirse en un profesional, tenía que eliminar del proceso incluso la más remota posibilidad de casualidad.

SINOPSIS

Nadie sabía más sobre el mundo del juego y las apuestas que Frank «Lefty» Rosenthal, el cerebro de las matemáticas que, junto con su socio y mejor amigo, Anthony «the Ant» Spilotro, matón y asesino a sueldo, llegaron a Las Vegas con el objetivo de conquistarla para la mafia. Durante años formaron un equipo perfecto, Lefty ponía la inteligencia y su atención obsesiva por los detalles, y Tony mantenía a los jefes contentos con sus maletas semanales llenas de millones de dólares en efectivo. Su organización tenía que haber durado para siempre, hasta que la bella Geri se cruzó en el camino de ambos… Todo voló por los aires cuando seis jefes del crimen organizado fueron condenados a cadena perpetua, lo que provocó la expulsión definitiva de la mafia del "paraíso" que se había construido en medio del desierto.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

EL ASESINATO DE PITÁGORAS - Marcos Chicot

Pitágoras levantó la cabeza pausadamente y abrió los párpados.

Los seis discípulos se sobrecogieron. En los ojos dorados del maestro ardía un fuego más intenso de lo habitual. Su cabello, de un blanco níveo, caía en cascada sobre sus hombros y parecía resplandecer al igual que su espesa barba. Tenía más de setenta años, pero mantenía casi intacto el vigor de la juventud.

—Observad la tetraktys, clave del universo —la voz de Pitágoras, profunda y suave, resonó en el solemne espacio del templo circular.

En la mano derecha sostenía una vara de fresno. Con ella señaló hacia el suelo de mármol, donde había desenrollado un pequeño pergamino entre él y sus discípulos. Mostraba un sencillo dibujo. Una figura triangular formada por cuatro filas de puntos. La de la base contenía cuatro puntos, la siguiente tres, había otra de dos y finalmente una cúspide de un solo punto. Estos diez puntos ordenados en triángulo eran uno de los símbolos fundamentales de la orden.


Continuó hablando con majestuosa autoridad.

—Durante los próximos días dedicaremos la última hora a analizar el número que contiene a todos: el diez. —Realizó con la vara un movimiento circular alrededor de la tetraktys—. El diez contiene también la suma de las dimensiones geométricas —dio un toque con la vara a los diferentes niveles dibujados en el pergamino—: uno el punto, dos la línea, tres el plano y cuatro el espacio Se inclinó hacia delante e intensificó la mirada. Cuando volvió a hablar, su voz se había vuelto más grave.

—El diez, como sabéis, también simboliza el cierre pleno de un ciclo.

Las últimas palabras las pronunció mirando a Cleoménides, el discípulo sentado a su derecha. Éste tragó saliva conteniendo un arrebato de orgullo. Era evidente que Pitágoras estaba hablando de retirarse y de quién lo sucedería. Cleoménides, de cincuenta y seis años, sabía que él era uno de los principales candidatos. Notable matemático, aunque quizás no el más brillante, destacaba sobre todo por un férreo cumplimiento de las rigurosas reglas morales de la orden. También por su peso político, pues procedía de una de las principales familias aristocráticas de Crotona y manejaba con hábil diplomacia los asuntos de gobierno.


SINOPSIS

El anciano filósofo Pitágoras, uno de los personajes con más poder de su época, está a punto de elegir un sucesor entre los grandes maestros cuando en su comunidad se inicia una serie de asesinatos. Tras los crímenes se atisba una mente oscura y poderosa que parece superar al mismísimo Pitágoras. La enigmática Ariadna y el investigador egipcio Akenón tratarán de descubrir quién es el asesino a la vez que resuelven sus propios sentimientos. Un reto en el que los fantasmas del pasado se unen a las oscuras amenazas del presente.

MI AMIGO LUKI-LIVE - Christine Nöstlinger

Después de fregar, como de costumbre, la vajilla, cuando todos se habían ido y Markus hacía deberes en su cuarto, y cuando Katharina probaba a dar volteretas en el pasillo y cogía una rabieta tras otra cada vez que no le salía bien su ejercicio, yo me quedé en la cocina con la madre de Luki. Ella estaba tomando café y fumando, y decía que, anímicamente, se encontraba en un bache; por Luki-live, porque no tenía idea de cómo poder ayudarle. Yo no sabía qué contestar, así que estábamos las dos mudas, una junto a la otra. El reloj de la cocina hacía su tic-tac, el grifo goteaba. Cada cuatro segundos caía al fregadero una gota. El tiempo transcurre muy despacio cuando no se sabe de qué hablar. Luego llegó Markus a la cocina y golpeó furioso en la mesa con un cuaderno de Matemáticas y gritó que estaba harto, que no le salía ningún problema, que en el libro no debía haber más que datos equivocados. Gritaba muy fuerte. Y quería hacer trizas el cuaderno. Entonces llegó también Katharina y preguntó desde la puerta:
-¿Por qué se enfurece tanto? ¿Está loco?

Markus, con el cuaderno, sacudió un golpe a Katharina en la cabeza. Katharina comenzó a berrear de tal modo que parecía que un cuaderno de mate pesara lo menos veinte kilos.

-¿Por qué pegas a Katharina? -preguntó la madre de Luki-; ella no te ha hecho nada a ti.

-¡Porque tengo mucha rabia! -rugió Markus.

-Pero no tienes rabia a Katharina -dijo la madre de Luki-, tienes rabia porque no entiendes los problemas de Matemáticas.

Katharina cesó de berrear y gritó:

-¡No entiende los problemas de Matemáticas! ¡Es tonto! ¡Yo entenderé siempre los problemas de Matemáticas! ¡Me pondrán siempre la mejor nota!

-Katharina, acaba ya -dijo la madre de Luki.

No llegó a decir más. Markus se lanzó contra Katharina. Pero la bicho de ella supo defenderse. Hundió las dos manos en el pelo de Markus y empezó a sacudirle la cabeza de un lado al otro; con los pies le golpeaba las espinillas. Y lanzaba gritos feroces. Markus no tuvo ocasión de darle a ella un solo golpe; no hacía otra cosa que tratar de librarse de las manos de Katharina.

-¡Suelta, bestia! -gritó él jadeante. Tenía lágrimas en los ojos. La bestia, efectivamente, lo soltó, pero en el mismo momento pegó un salto, levantó las rodillas y se las clavó a su hermano en el estómago. La cara de Markus se puso muy pálida.


SINOPSIS

Hasta las vacaciones de verano todo va bien entre Ariane y Luki-live pero al volver Luki de un viaje a Inglaterra, las cosas empiezan a cambiar. Hasta en el aspecto físico del chico se pone en evidencia que algo en su interior se está transformado: Luki tiene necesidad de tener una personalidad propia. Intenta ser muy sincero y tiene problemas en el colegio y hasta consigue que una profesora «la Parasol» pase a dirigir otra tutoría.
Luki también se enamora de Stine, una chica mayor que él y llega a endeudarse por ella. La relación fracasa, Luki debe mucho dinero y es Ariane la que ayuda económicamente a su amigo a superar lo sucedido.

DEMASIADA FELICIDAD - Alice Munro

Entonces tejían bufandas para los soldados del frente. Era 1870, antes de que Sofia y Vladimir iniciaran lo que pretendían que fuera su viaje de estudios a París. Tan abismados estaban en otras dimensiones, en siglos remotos, tan escasa atención prestaban al mundo en el que vivían que apenas habían oído hablar de una guerra contemporánea. 

Weierstrass ignoraba tanto como sus hermanas la edad y la misión de Sofia. Más adelante le dijo que la creyó una pobre institutriz que quería utilizar su nombre para asegurar que las matemáticas eran uno de sus conocimientos. Pensó que tenía que reñir a la criada y a sus hermanas por haber consentido que lo interrumpieran, pero como era un hombre educado y amable, en lugar de despedirla inmediatamente le explicó que solo admitía estudiantes avanzados, con títulos académicos reconocidos, y que en aquellos momentos tenía más de los que podía atender. Como Sofia seguía de pie –temblando delante de él, con aquel sombrero ridículo protegiéndole la cara y aferrada al chal, recordó el método, o el truco, que había utilizado en un par de ocasiones para desanimar a un estudiante que no daba la talla. 

- Lo que sí puedo hacer en su caso es plantearle una serie de problemas y pedirle que los re5uelva y me los traiga dentro de una semana a partir de hoy -le dijo-. Si me satisface el resultado, volveremos a hablar. 

Al cabo de una semana se había olvidado por completo de ella. Por supuesto, no esperaba volver a verla. Cuando Sofia entró en su despacho no la reconoció, quizá porque había prescindido de la capa que ocultaba su esbelta figura. Debía de sentirse más audaz, o puede que hubiera cambiado el tiempo. No recordaba el sombrero - sus hermanas sí- , pero no se fijaba mucho en los complementos de la indumentaria femenina. Sin embargo, cuando Sofia sacó los papeles del bolso y los dejó sobre la mesa, la recordó; suspiró y se puso las gafas. 

Grande fue su sorpresa -también se lo dijo un tiempo más tarde- al ver que todos y cada uno de los problemas estaban resueltos, y algunos de una forma totalmente original. Pero siguió sospechando de ella, pensando que debía de haber presentado el trabajo de otro, tal vez un hermano o un amante que se escondía por motivos políticos. 

- Siéntese -dijo-. Y explíqueme cómo ha llegado a estas soluciones, todos los pasos seguidos. 

Sofia empezó a hablar, inclinada hacia delante; el sombrero de tela blanda le cayó sobre los ojos; se lo quitó y lo dejó tirado en el suelo. Quedaron al descubierto sus rizos, sus brillantes ojos, su juventud y su temblorosa fogosidad. 

- Sí -dijo él- . Sí. Sí. Sí. 

Hablaba reflexiva. lentamente, tratando de disimular lo mejor posible su asombro, sobre todo ante las soluciones cuyo método discrepaba del suyo con suma brillantez. 

Sofia lo desconcertó en muchos sentidos. Era tan frágil, tan joven y tan apasionada ... Se sintió obligado a calmarla, a tratarla con cuidado, a dejar que aprendiera a refrenar los fuegos de artificio de su cerebro. 

Llevaba toda la vida -a Weierstrass le costó decirlo, como tuvo que reconocer, siempre receloso del excesivo entusiasmo-, llevaba toda la vida esperando a que un alumno así entrase en su habitación. Un alumno que lo cuestionase por completo, que no solo fuera capaz de seguir las elucubraciones de su mente, sino quizá de volar incluso más lejos. Debía tener cuidado y no decir lo que realmente pensaba, que en la mente de un matemático de primer orden hay sin duda algo parecido a la intuición, una llamarada que revele lo que siempre ha estado allí. Riguroso, meticuloso, así hay que ser, aunque así también ha de ser el gran poeta. 

Cuando al fin se armó de valor para decirle todo esto a Sofia, también le dijo que había quienes torcerían el gesto ante la palabra «poeta» relacionada con la ciencia matemática. Y otros que saltarían de alegría ante la idea, para defender el desorden y la laxitud de su propio pensamiento. 

SINOPSIS

Una joven madre recibe consuelo inesperado por la muerte de sus tres hijos, otra mujer reacciona de forma insólita ante la humillación a la que la somete un hombre; otros cuentos describen la crueldad de los niños y los huecos de soledad que se crean en el día a día de la vida de pareja. Como broche de oro, en el último cuento acompañamos a Sofia Kovalevski, una matemática rusa que realmente vivió a mediados del siglo XIX, en su largo peregrinaje a través de Europa en busca de una universidad que admitiera a mujeres como profesoras, y viviremos con ella su historia de amor con un hombre que hizo lo que supo por decepcionarla. Anécdotas en apariencia banales se transforman en las manos de Munro en pura emoción, y su estilo muestra estas emociones sin dificultad, gracias a un talento excepcional que arrastra al lector dentro de las historias casi sin preámbulos."Ella odiaba la palabra escapismo referida a la ficción. Era más bien la vida real la que merecía ser tildada de escapismo". Estas palabras, pronunciadas por uno de sus personajes, podrían referirse a toda la prosa de Munro, que pasea heridas hondas con inteligencia e ironía, con esa hondura feroz y austera que sorprende a quien lee, como si algo de uno mismo que no sabíamos, que quizá no queríamos saber, de pronto se hubiera deslizado en las páginas de un libro."Esta mujer es desde luego una de las mejores narradoras de hoy. ¡Lean a Alice Munro!"Jonathan Franzen

sábado, 16 de noviembre de 2013

CINCO CUARTOS DE NARANJA - Joanne Harris

Paul estaba mirando la naranja que yo sostenía en la mano.
 
—Has has con-conseguido otra —dijo con aquella curiosa y pausada forma suya.

Cassis me dirigió una mirada de disgusto.

—¿Por qué no se te habrá ocurrido esconderla, estúpida? Ahora tendremos que compartirla con él.

Dudé. Compartir no entraba dentro de mis planes. Necesitaba la naranja para aquella noche. Y aun así, podía ver que Paul seguía sintiendo curiosidad. Estaba dispuesto a hablar.

—Te daré un poco si no dices nada —le dije por fin.

—¿De dónde la has sacado?

—La canjeé en el mercado por un poco de azúcar y seda de paracaídas —dije con facilidad sospechosa—. Madre no lo sabe.

Paul asintió, luego miró tímidamente a Reine.

—Podríamos compartirla ahora —dijo cautelosamente—. Tengo una navaja.

—Dámela —le ordené.

—Yo lo haré —dijo Cassis al instante.

—No, es mía —repliqué—. Déjame a mí.

Estaba pensando aceleradamente. Naturalmente podría arreglármelas para guardar parte de la piel de naranja, pero no quería que Cassis sospechase.

Me volví de espaldas a ellos para partir la naranja, con cuidado para evitar cortarme la mano. Dividirla en cuartos habría sido fácil: cortar por el centro y luego volver a dividirla en dos, pero en esta ocasión necesitaba una parte extra que fuese lo bastante grande para satisfacer mi propósito pero lo bastante insignificante para que no se notase, un trozo que pudiese deslizarme en el bolsillo para utilizarlo luego… Mientras estaba partiendo la naranja noté que el regalo de Tomas era una naranja de Sevilla, una sanguina, y por un breve instante me quedé paralizada ante el jugo encarnado que goteaba entre mis dedos.

—Date prisa, torpe —dijo Cassis impaciente—. ¿Cuánto tiempo necesitas para cortar una naranja a cuartos?

—Lo estoy intentando —repliqué—. La piel es muy dura.

—De-déjame a mí —Paul hizo ademán de acercarse a mí y por un segundo estuve segura de que me había visto, el quinto cuarto, no más grande que una raja, antes de que lo deslizara bajo la manga y fuera de la vista.

—Ya está —anuncié—. Ya lo he hecho.

Las partes eran desiguales. Lo había hecho lo mejor que había podido, pero aún había un cuarto que era perceptiblemente más grande que el resto y otro que era muy pequeño. Yo tomé el pequeño y me di cuenta de que Paul le dio el más grande a Reine.

Cassis miró con repugnancia.

—Te dije que me dejaras hacerlo a mí —se quejó—. El mío no es un cuarto decente. Eres muy torpe, Boise.

Chupé mi trozo de naranja en silencio. Al cabo de un rato Cassis paró de refunfuñar y se comió el suyo. Vi que Paul me observaba con una expresión extraña pero no dijo nada.

Lanzamos al río las pieles. Yo me las compuse para guardar un trozo de piel en la boca pero el resto lo tiré, incómodamente consciente de los ojos de Cassis puestos en mí, y sentí cierto alivio al ver que se relajaba un poco. Me pregunté qué habría sospechado. Deslicé el trozo de piel mordida al bolsillo junto con el ilícito quinto cuarto, complacida conmigo misma.

Esperaba que bastase con eso.

SINOPSIS

«Dividirla en cuartos habría sido fácil: cortar por el centro y luego volver a dividirla en dos, pero en esta ocasión necesitaba una parte extra que fuese lo bastante grande para satisfacer mi propósito pero lo bastante insignificante para que no se notase, un trozo que pudiese deslizarme en el bolsillo para utilizarlo luego…».
 
Así recuerda Framboise, la protagonista de esta historia, unos instantes particularmente evocadores de cuando era niña. Unos recuerdos que afloran con intensidad cuando vuelve a su pueblo natal en la campiña francesa y abre un coqueto restaurante que adquiere gran notoriedad gracias a las recetas de un cuaderno heredado de su madre. Esa especie de diario contiene también unas extrañas anotaciones en clave cuyo desciframiento arrojará nueva luz sobre unos dramáticos acontecimientos que marcaron la infancia de Framboise en los lejanos días de la ocupación nazi.
 
Framboise rememora los sabores y los sentimientos de su niñez en la Francia herida por el dolor y la penuria de la guerra, y especialmente un episodio que marcó una inflexión en las vidas de ella y su familia, un suceso que supuso la pérdida definitiva de su inocencia. Ahora, en el otoño de su vida, Framboise deberá encontrar la fuerza para enfrentarse a la verdad

domingo, 10 de noviembre de 2013

TODO LO QUE ERA SÓLIDO - Antonio Muñoz Molina

Qué lejos se nos queda ya el pasado de hace sólo unos años. En algún momento cruzamos sin advertirlo la frontera hacia este tiempo de ahora y cuando nos dimos cuenta y quisimos mirar atrás para comprobar en qué punto había sucedido el tránsito nos pareció asombroso habernos alejado tanto. Era cuando creíamos vivir en un país próspero y en un mundo estable imaginábamos que el futuro se parecía al presente y las cosas seguirían mejorando de una forma gradual, o si acaso progresarían algo más despacio. Algunos expertos vaticinaban tranquilizadoramente una "gradual desaceleración de la economía", un "aterrizaje suave". Poco a poco se iría amortiguando el ritmo de la construcción y dejarían de subir tan rápido los precios de las viviendas. El lenguaje de  los economistas, que se ven a sí mimos como científicos, consistía en la reiteración de unas cuantas metáforas simples: la desaceleración de un vehículo que ha avanzado a gran velocidad durante mucho tiempo; el aterrizaje confortable de un avión.

Ésas eran las metáforas respetables. La que había que usar con más cuidado era la metáfora de la burbuja: hablar de la burbuja inmobiliaria equivalía a reconocer una fragilidad incompatible con la obligatoria complascencia. Una burbuja asciende en el aire y se hincha e en un momento ha estallado. En el idioma propio de ese tiempo que ya no existe la metáfora de la burbuja se usaba sobre todo para ser refutada. No había una burbuja inmobiliaria. Quizás en otros países, no en el nuestro. Un economista muy célebre y muy respetado escribió en enero de 2007 que en todo caso la burbuja, si existiera, se pincharía gradualmente. Si hubiéramos prestado algo más de atención a lo que sucedía y a lo que decíamos y lo que escuchábamos alguien habría apuntado que las metáforas pueden requerir la misma precisión que las ecuaciones, y que no hay manera de que se pinche gradualmente una burbuja.

Pero necesitábamos imaginar que las cosas eran sólidas y podían ser tocadas y abarcadas sin desparecer entre las manos, y que pisábamos la tierra firme y no una superficie más delgada que una lámina de hielo, que el suelo no iba a desaparecer debajo de nuestros pies.


SINOPSIS

Éste es un ensayo directo y apasionado, una reflexión narrativa y testimonial, al más puro estilo de los ensayos de George Orwell o de Virginia Woolf, una propuesta de acción concreta y entusiasta para avanzar desde el actual deterioro económico, político y social hacia la realidad que queremos. Partiendo tanto de documentos periodísticos como de la tradición literaria, Antonio Muñoz Molina escribe esgrimiendo razón y respeto, sin eludir verdades amargas, porque saber es el único camino para cambiar.