martes, 30 de septiembre de 2014

LOS PECADOS PROVINCIALES - Álvaro de la Iglesia

EL NIÑO RICO DE LA ARITMÉTICA

El profesor, abriendo el libro de aritmética, se puso a leer en voz alta. Un intenso murmullo de admiración recorrió el aula con rumor de ola tempestuosa:

Había surgido Pepito.

¿Quién era Pepito, tan admirado por aquel grupo de párvulos? ¿Quién era el poderoso pequeñuelo que hacía lanzar vivas atronadores a los niños modestos, mientras por el contrario levantaba ronchas de envidia entre los bancos de los niños pudientes?

Nosotros también conocimos a Pepito en nuestra infancia. Surgía en el libro de aritmética como personaje de todos los problemas.

Pepito es el protagonista de nuestros primeros balbuceos matemáticos. Es la «vedette» inevitable de los cálculos elementales. ¡Niño sublime de padres millonarios, que parte y reparte entre sus amistades todos sus bienes y los regalos que recibe!

El profesor leyó:

—«Pepito tiene catorce lápices de diversos colores, que quiere repartir entre cinco de sus compañeros. ¿Cuántos lápices corresponderán a cada amigo de Pepito?

»Pepito tiene veinte libros.

»Pepito acaba de recibir una partida de setenta y dos conejos.

»Pepito reparte entre los pobres ochenta palos de “golf”.

»Pepito distribuye noventa chocolatinas…»

A medida que avanzaba la lectura del profesor, se extendían en el aula las manifestaciones de entusiasmo. Los párvulos modestos abrían sus ojos como grandes platos soperos, asombrados de las riquezas que poseía Pepito.

—¡Ochenta palos de golf! —murmuraba un modesto, lanzando breves gritos guturales.

El profesor continuó:

—«El caballo de Pepito come diariamente cinco kilos de cebada. ¿Cuánta cebada comerá el caballo de Pepito en tres años?»

Un alarido entusiasta partió de los últimos bancos.

—¡Tiene también un caballo! ¡Un hermoso caballo que se hincha de cebada! Porque cinco kilos diarios no se los come ni la mula de mi tío.

Varios chicos pudientes sufrieron ataques de rabia, pero pronto reaccionaron y optaron por morder enfáticamente sus pulidas uñas. Los desconcertaba la abrumadora riqueza de aquel niño; y, sobre todo, la magnitud y variedad de los inopinados regalos que recibía. Unas veces eran grandes cestas de frutas y verduras que él, bondadosamente, repartía entre las familias menesterosas. Otras, gruesas barras de azucaradas golosinas, que se apresuraba a fraccionar en pedazos para sus amiguitos. Otras, docenas de cachorros perrunos de las mejores razas.

¿Qué fortuna, que no fuera la del padre de Pepito, hubiera podido resistir tan dispendiosos obsequios? Pepito había eclipsado la magnificencia de los alumnos ricos, que a diario llegaban al colegio ataviados con gruesos paños y largas bufandas de cálida lana; eclipsaba asimismo el esplendor de sus relojes de pulsera, y también el fasto de sus blusas, bordadas en finos tules y sedas orientales.

—Mira qué sombrero tengo con la copa de terciopelo y el barbuquejo de charol —decía, a lo mejor, el benjamín de un ricachón a su compañero de banco.

—Eso no es nada comparado con las enormes riquezas que posee Pepito —respondía el otro—. Pepito tendrá, por lo menos, dieciséis sombreros como el tuyo. Y los repartirá cualquier día entre cuatro huérfanos.

El niño del ricachón se mordía el labio inferior, considerándose pobre y desamparado.

Y entonces comenzó una sorda conspiración de los colegiales más influyentes contra Pepito. Con alquitrán y brochas, escribieron en las paredes del colegio toscos letreros que decían:

«¡Abajo Pepito!»

«¡Abajo el farsante!»

«¡Pepito no es tan bueno como aparece en los problemas!»

«¡Pepito no reparte sus riquezas entre sus amigos! ¡Es todo mentira!»

Pero los párvulos humildes, embobados ante la abundancia y generosidad que presidían la vida de aquel niño, seguían admirándole.

—¡Cochinos envidiosos! —insultaban a los detractores de su ídolo.

El profesor, ajeno al estruendo de la lucha entablada entre sus discípulos, seguía leyendo en la aritmética abierta sobre su pupitre:

«Pepito ha comprado quince gallinas, que ponen treinta huevos semanales».

«Pepito quiere repartir treinta calcetines usados, pero en buen estado todavía, entre los niños pobres. ¿Cuántos calcetines le faltarán, suponiendo que haya cuarenta niños pobres con dos pies cada uno, y dos cojitos con un solo pie?»

Boquiabiertos, los admiradores de Pepito atendían al reparto de calcetines con los tímpanos tensos como tambores. Y así, admirado por unos y odiado por otros, el niño de la aritmética continuó durante todo el curso distribuyendo sus riquezas.

SINOPSIS
 
Amplio lote de relatos breves: biografías absurdas de personajes imposibles, viajes morrocotudos, embusteros impasibles, entrevistas y crónicas inventadas, historia de los descubrimientos (el gua, la barba, la suma, la nieve…). Un donjuán de fin de siglo. Un pobre hombre enamorado… Ejercicio de estilo codornicesco, con algo de ternura y en algún caso –el donjuán por ejemplo-, verdadera exhibición de dominiode la pluma.


LOS SUEÑOS DE LA CASA DE LA BRUJA - H. P. Lovecraft

Se encontraba en la inmutable ciudad de Arkham, llena de leyendas, de apiñados tejados a la holandesa que se tambaleaban sobre desvanes donde las brujas se ocultaron de los hombres del Rey en los oscuros tiempos coloniales. Y en toda la ciudad no había lugar más empapado en recuerdos macabros que el desván que albergaba a Gilman, pues precisamente en esta casa y en este cuarto se había ocultado Keziah Mason, cuya fuga de la cárcel de Salem continuaba siendo inexplicable. Aquello ocurrió en 1692: el carcelero había enloquecido y desvariaba acerca de algo peludo, pequeño y de blancos colmillos que había salido corriendo de la celda de Keziah, y ni siquiera Cotton Mather pudo explicar las curvas y ángulos dibujados sobre las grises paredes de piedra con algún líquido rojo y pegajoso.


Posiblemente Gilman no debiera haber estudiado tanto. El cálculo no euclidiano y la física cuántica bastan para violentar cualquier cerebro, y cuando se los mezcla con tradiciones folklóricas y se intenta rastrear un extraño fondo de realidad multidimensional detrás de las sugerencias espantosamente crueles de las leyendas góticas y de los fantásticos susurros junto a una esquina de la chimenea, apenas puede esperar encontrarse completamente libre de una cierta tensión mental. Gilman era de Haverhill, pero sólo después de haber ingresado en el colegio universitario de Arkham empezó a asociar sus conocimientos matemáticos con las fantásticas leyendas de la magia antigua. Algo había en el ambiente de la vieja ciudad que actuaba oscuramente sobre su imaginación. Los profesores de la Universidad de Miskatonic le habían recomendado que fuera más despacio y habían reducido voluntariamente sus estudios en varios puntos. Además, le habían prohibido consultar los dudosos tratados antiguos sobre secretos ocultos que se guardaban bajo llave en la biblioteca de la Universidad. Pero estas precauciones llegaron tarde, de modo que Gilman pudo obtener algunos terribles datos del temido Necronomicón de Abdul Alhazred, del fragmentario Libro de Eibon, y del prohibido Unausspreclichen Kulten de Von Junzt, que correlacionó con sus fórmulas abstractas sobre las propiedades del espacio y la conexión de dimensiones conocidas y desconocidas.

SINOPSIS


Los sueños en la casa de la bruja (The Dreams in the Witch House) es un relato de terror del escritor norteamericano H. P. Lovecraft, escrito en 1932 y publicado en la edición de julio de 1933 de la revista Weird Tales.
La famosa Casa de la Bruja está ubicada en Arkham. Allí, Walter Gilman, un estudiante de matemática, irá descubriendo una serie de misteriosas desapariciones que comienzan doscientos años atrás, y que parecen desafiar toda lógica. El rasgo más destacable de Los sueños en la casa de la bruja es, precisamente, el abordaje que realiza Lovecraft sobre los inquietantes sueños que se producen al pernoctar en aquella casa maldita.

domingo, 3 de agosto de 2014

CÁSATE CONMIGO - Dan Rhodes

En la cena de ensayo de nuestra boda me levanté y pedí silencio en el salón haciendo tintinear mi copa. Les conté a los invitados que nada más conocer a Arnemetia supe que quería pasar el resto de mi vida con ella. Todos suspiraron al unísono y mi futura esposa se enjugó una lágrima de felicidad. Continué explicando que mi amor era tan fuerte que enseguida quise saberlo todo sobre ella. En ese punto empecé a proyectar algunos de mis hallazgos en una gran pantalla. Había un gráfico lineal donde se representaba la longitud de su pelo en el curso del tiempo; una serie de diagramas que mostraba los colores predilectos de su armario mes a mes, y un elaborado gráfico de conjuntos que documentaba la complejidad de sus cambios de humor. Ella no tenía ni idea de que yo había estado recabando esos datos, pero lamentablemente la sorpresa no le hizo mucha gracia.

- No sé si todo esto me parece romántico o repulsivo -dijo.

Les pidió a nuestros amigos y familiares que la ayudaran a decidir, y todos levantaron la mano para dar sus opiniones. Por desgracia, el ochenta y cuatro por ciento pensó que era repulsivo, mientras que sólo a un decepcionante dieciséis por ciento le pareció romántico. Un nuevo sondeo reveló que una mayoría comparable entendería perfectamente que la boda no siguiera adelante.

SINOPSIS

Son éstas unas historias sobre el matrimonio. Pero en ellas el amor no fluye apaciblemente sino que lo hace a trompicones bajo la mirada sarcástica de Dan Rhodes, que dibuja una imagen irreverente del compromiso y del divorcio. Son relatos que, al tiempo que suscitan sonrisas y a veces carcajadas, interpelan al lector provocando la identificación de realidades que se esconden tras la decepción del amor. Historias ácidas en las que la risa se ve a menudo acompañada de un sentimiento incómodo de vergüenza y también de ternura.

LA PIEL DEL CIELO - Elena Poniatowska

Lorenzo recordaba el fervor de don Luis y sus amigos, y el ingenio y el entusiasmo puesto en ensamblar y soldar las partes que mereció el visto bueno de Dimitroff. Al mismo tiempo, histéricamente, se repetía que una máquina no iba a poder más que él. «A ver cómo le hago, pero tengo que ganarle la partida, no me importa el tiempo que gaste pero vaya encontrarle el modo.» Esta determinación lo ponía en un estado de nervios incontrolable. Imposible pensar en otra cosa. Era un duelo a muerte. «Primero me muero a que me venza una cámara.» Se lo decía con furia, regañándose, incapaz de salir del imperio férreo de la Schmidt, cabrona, mil veces cabrona.

Subía a la colina a paso redoblado, sin ver nada, salvo la Schmidt. Día tras día, exacerbado, una aspirina tras otra, una impotencia derrotando a otra, una cólera sorda que habría estallado en llanto de tanta exasperación, Lorenzo buscaba que la Schmidt respondiera. ¿Cómo era posible que él tuviera tantos proyectos, tantas ideas y que no contara con un buen instrumento? ¿Llamar a Shapley? ¿Irse de México? Lorenzo la habría pateado. «¡No tengo otra - se repetía- , tampoco tengo otro país!».

Una noche en que, después de abrir las compuertas de la cúpula, apuntó el telescopio al cielo, se dio cuenta de que el tubo se vencia. «Será una construcción artesanal, como la llamó Recillas, pero el vidrio óptico es una maravilla.» Esa noche no tomó una sola placa, su mente analítica calculó y volvió a calcular y finalmente, a las cinco de la mañana, Lorenzo bajó al pueblo a acostarse. Apenas abrió los ojos, lo avasalló la angustia de cómo manejar el aparato para obtener la profundidad de observación deseada. «Probablemente así trabajen los matemáticos en un teorema, desbrozando el camino hasta llegar a la esencia y al último paso, el definitivo, el de la solución», se dijo para darse valor.

Sin el menor cuidado por sí mismo, Lorenzo hizo cálculos, levantó tablas. Tres cajetillas diarias de Delicados le resultaban insuficientes, y ahora en la miscelánea le decía don Crispin: «Aquí le tengo sus cuatro paquetes, mi doc, para que trabaje mejor». Cada noche, su empeño lo llevaba más lejos. En una libreta forrada de linóleo negro apuntaba a qué inclinación había respondido el telescopio y seguía haciendo conjeturas. «Si el tubo se vence a veinte grados y lo reacomodo tomando en cuenta su flexibilidad, voy a obtener este resultado.» Al cabo de dos semanas casi no necesitó apuntar, todo lo tenía en la cabeza, las distintas variantes, los pasos a seguir, y sobre todo, las palabras de Recillas.
Llevaba ya noventa días de catorce horas de trabajo obteniendo cada noche sin Luna, milímetro a milímetro, nuevos resultados, cuando se dio cuenta de que podía dominar la Schmidt. «Ahora sí, telescopio-cacharro, vamos a demostrar que sí sirves», y al revelar sus placas tuvo la certeza de que había llegado tan lejos como en Oak Ridge y quizá más.

SINOPSIS

Mamá, ¿allá atrás se acaba el mundo?» Esta frase abre camino a una historia fascinante: la de un hombre de enorme talento destinado a desentrañar los misterios de la astronomía. Lorenzo de Tena, inconformista y rebelde, deberá luchar contra las desigualdades sociales, las trampas burocráticas y las tentaciones políticas para ver realizada su vocación. Pero los mayores retos de su búsqueda no vendrán de la ciencia sino de la cara más oculta de las personas, la que esconde las pasiones y los sentimientos. Una novela que, como un telescopio, nos acerca a los desafíos más inalcanzables: las estrellas y el amor.

RECUÉRDAME QUE TE ODIE - Alex de la Iglesia

¿Qué quería de mí? La observé detenidamente. Falda con estampado geométrico no euclidiano, hiperbólica, formas yuxtapuestas en combinaciones cromáticas imposibles. Esa falda (oh, Señor) negaba el quinto postulado, sobre todo en el dobladillo, y la bata de guatiné azul cielo encapotado, de curvatura cero, generaba un cuerpo cilíndrico en cuyo interior no se adivinaban formas ni volúmenes. Esta bata estaba diseñada expresamente para eso, para ocultar deformidades. Bajo el algodón acolchado se escondían tentáculos agitándose en movimiento frenético, apéndices articulados que recogen ininterrumpidamente alimento del suelo (así nadie puede advertirlo) y un exoesqueleto quitinoso cuya función consiste -presumo- en proteger el organismo de la gravedad de la tierra, y que no explote por la presión.

SINOPSIS

Bruno Kosowski, un dibujante de cómics emocionalmente desequilibrado, ha desaparecido. Cuando su editor, el neurasténico e irritable Rubén Ondarra, entra en la casa, encuentra que el piso está inundado. Rubén decide entonces investigar su desaparición buscando claves en los objetos que Kosowski tiene en su mesa, entre ellos el misterioso grabado de Durero Melancolía 1. Comenzará entonces para Rubén una peligrosa carrera por el Madrid más demente para intentar hacer que encajen todas las piezas del rompecabezas. Sorprendente, trepidante y genial, Álex de la Iglesia nos conduce por una trama de intrigas no exenta de crítica e ironía a raudales. Recuérdame que te odie tiene la brillantez de las mejores novelas contemporáneas.

martes, 8 de julio de 2014

LOS HEREJES DE OXFORD - S. J. Parris

La controversia, lamento decirlo, no fue precisamente un éxito para mí, y no pretendo aburrir al lector con más detalles de la misma. Baste decir que prosiguió de la misma manera y que el rector Underhill se limitó a presentar los mismos y gastados argumentos a favor de Aristóteles sin aportar más prueba científica que la autoridad escolástica a la hora de situar la Tierra como el centro fijo del universo, como si la autoridad nunca hubiera estado equivocada. En un momento dado, incluso llegó a sugerir que Copérnico nunca había pretendido que su teoría fuera interpretada de forma literal, sino que la había desarrollado exclusivamente como una metáfora pensada para facilitar el cálculo matemático. Todos esos argumentos, yo los había escuchado y refutado anteriormente en numerosas ocasiones y en mejor compañía que aquella; pero esa tarde no se me concedió la menor oportunidad, puesto que el principal objetivo de Underhill no fue convencer al público de la superioridad de sus argumentos (muchos de los presentes compartían sus opiniones y no se dignaron escucharme), sino ridiculizarme y convertirme en objeto del escarnio de sus colegas. Esa, según parecía, era la idea que tenían de la diversión. Además, los modales del público resultaron tan lamentables que este pasó la mayor parte del tiempo parloteando en voz alta y haciendo comentarios mientras Underhill y yo seguíamos con nuestra exposición. Me hallaba a medio exponer un apasionado argumento en el que intervenían complejos cálculos matemáticos cuando fui interrumpido por un alarmante ruido que se parecía mucho al gruñido de un perro furioso. Dada mi natural sensibilidad a semejantes sonidos, tras los incidentes de aquella madrugada, me sobresalté visiblemente y me di la vuelta para descubrir que se trataba en realidad de los sonoros ronquidos del palatino. Me recobré, pero para entonces mi exposición se había visto seriamente perjudicada. Momentos después, un estudiante organizó un verdadero barullo cuando se abrió paso entre las hileras de asientos de los profesores para avisar a uno de ellos. Resultó que buscaba al doctor Coverdale, quien, respondiendo a la llamada, abandonó de inmediato su asiento en mitad de la fila mientras se disculpaba teatralmente con todos aquellos que lo separaban de la puerta y que se vieron obligados a levantarse para dejarlo pasar. No había esperado que Coverdale mostrara la menor contención a mi favor, pero me sorprendió que se comportara con semejante falta de cortesía hacia su rector como para levantarse en mitad del debate.

Proseguimos a duras penas hasta un final que no tuvo el menor parecido con unas conclusiones. Presenté mis propios y complejos cálculos para dar razón de los diferentes diámetros de la Luna, la Tierra y el Sol, en unos términos que hasta un idiota habría comprendido; y, como toda respuesta, Underhill se limitó a repetir los viejos errores escolásticos propios de todos aquellos que confunden la ciencia con la teología y creen que las Sagradas Escrituras constituyen la última palabra en materia de investigación científica. También mencionó con frecuencia mi condición de extranjero, dando a entender que implicaba una inteligencia inferior; y no se mordió la lengua a la hora de comentar que Copérnico también era extranjero y que, por lo tanto, no podía esperarse que demostrara la misma firmeza de razonamiento que un inglés, olvidando así que aquel debate se celebraba en honor del palatino, compatriota del aludido. Me alegré de poder dar por finalizada la controversia. Hice una cortés reverencia ante los escasos y poco sinceros aplausos y bajé del púlpito sintiéndome escocido y maltratado.

SINOPSIS

A finales del siglo XVI, la ciudad universitaria de Oxford es un hervidero de secretos, enigmas y conspiraciones. En un ambiente claustrofóbico y con un trasfondo de luchas religiosas entre protestantes y católicos, el célebre filósofo y científico Giordano Bruno inicia la búsqueda de un peligroso libro prohibido al tiempo que se ve inmerso en la investigación de una serie de crímenes atroces.
«Con una trama excelentemente urdida y un ritmo magnífico, un thriller histórico ambientado en el Oxford isabelino que combina espionaje, un asesino en serie y la búsqueda de un libro perdido que amenaza con desequilibrar el orden del mundo.»
«En esta fascinante primera novela de S. J. Parris, el famoso científico Giordano Bruno irrumpe con la fuerza de un volcán.»

YO ANTES DE TI - Jojo Moyes

Hay ciento cincuenta y ocho pasos entre la parada del autobús y la casa, pero pueden llegar a ser ciento ochenta si se camina sin prisa, como al llevar zapatos de plataforma. O zapatos comprados en una tienda de beneficencia que lucen mariposas en los dedos pero quedan sueltos en los talones, lo cual explica ese precio bajísimo de 1,99 libras. Di la vuelta a la esquina de nuestra calle (sesenta y ocho pasos) y vi la casa: un adosado de cuatro habitaciones en medio de una hilera de adosados de tres y cuatro habitaciones. El coche de mi padre estaba fuera, lo que significaba que aún no había ido a trabajar.

SINOPSIS

Louisa Clark sabe muchas cosas. Sabe cuántos pasos hay entre la parada del autobús y su casa. Sabe que le gusta trabajar en el café The Buttered Bun y sabe que quizá no quiera a su novio Patrick. Lo que Lou no sabe es que está a punto de perder su trabajo o que son sus pequeñas rutinas las que la mantienen en su sano juicio. Will Traynor sabe que un accidente de moto se llevó sus ganas de vivir. Sabe que ahora todo le parece insignificante y triste y sabe exactamente cómo va a ponerle fin. Lo que Will no sabe es que Lou está a punto de irrumpir en su mundo con una explosión de color. Y ninguno de los dos sabe que va a cambiar al otro para siempre.
Yo antes de ti reúne a dos personas que no podrían tener menos en común en una novela conmovedoramente romántica con una pregunta: ¿qué decidirías cuando hacer feliz a la persona a la que amas significa también destrozarte el corazón?

MITOLOGÍA DE NUEVA YORK - Vanessa Montfort


Vamos ahora al caso de Wanda. Ella es una mnemonista. Esto quiere decir que su memoria no tiene límites mensurables. Es capaz de memorizar tablas enteras, incluso listas de palabras sin sentido o hacer una relación completa de cómo han cambiado los precios en tres años con la subida de los impuestos incluida. Si hubiera ido a la Facultad de Matemáticas de Princeton podría haber utilizado su capacidad para las ciencias puras y haber sido un cerebro de la estadística o quizás elaborar intrincadas teorías matemáticas. En lugar de eso vive en el basurero de Wards, donde un día la encontraron tirada unos funcionarios que descargaban un camión de desechos industriales, alcoholizada por su incapacidad de olvidar. Su memoria prodigiosa y el tener presente el más exiguo detalle de su pasado la habían condenado a una infelicidad inquebrantable.
 
Wanda fue matrona y debió abrir los ojos al mundo a un diez por ciento de la población de Queens. Una vez me confesó que su recuerdo más oscuro era el llanto de un bebé mientras su madre se desangraba sin remedio sobre una mesa de operaciones. Un llanto rabioso que aún podía escuchar maldiciendo la vida a la que acababa de llegar con toda nitidez, con sus cadencias, sus pliegues y sus hipos, al tiempo que absorbía sediento las últimas gotas de aquella otra vida de la que aún colgaba como una tripa sanguinolenta. Estoy convencido de que Wanda sería capaz de reconocer los llantos de cada uno de los niños que ayudó a nacer huérfanos y descifrar lo que gritaron al mundo por primera vez. Su terror. Su culpa. Su desconsuelo. Su desesperación al rasgar la guarida líquida y querida de la placenta. Ya inservible. Ya muerta.
 
Cuando hace unos cuantos años Barry supo por un comentario de Ronald la existencia de Wanda, se empeñó en conocerla. Después de un breve encuentro en el mismo basurero donde la habían encontrado y de donde se negaba a salir, se le ocurrió encargarle catalogar todos los residuos que entraban en el arrabal y proporcionarle una caseta. Gracias a ello salió del alcohol, pero no del basurero. Desde entonces su inmensa memoria archiva todo lo que entra, sale o se quema en su jurisdicción. Cada vertido puede ser una prueba. Todo aquello de lo que nos deshacemos es un indicio. Barry siempre le toma el pelo y le dice que, en lugar de tener compartimentos estancos, tiene contenedores estancos. Pero lo que ahora Wanda tiene es una vida y considera lo que antes era su tara, un trabajo y una ciencia.

SINOPSIS


«Solo te pido una oportunidad. Esta es una apuesta a una sola mano. Si la gano yo, si logro convencerte a tiempo, no leerás una página concreta de este libro. Pero déjame jugar todas mis cartas y con mis reglas.»Así comienza a contarnos su historia Daniel Rogers, un jugador infiltrado por la policía de Nueva York en el mundo de las apuestas ilegales para investigar los macabros asesinatos de Los Hijos del Azar, una sanguinaria organización que se juega la vida de sus víctimas a los naipes. Pero los acontecimientos darán un giro inesperado cuando se cruce en su camino Laura, una pintora sin éxito llegada a Nueva York desde algún lugar de Europa con la necesidad de vivir una aventura en la Gran Manzana que cambie su vida para siempre. Entre ellos nacerá una extraña atracción cuando descubran que sus destinos están unidos por Mitología de Nueva York, una novela de asesinatos que parece estar reproduciéndose en el mundo real. A través de ese misterioso libro y con la ayuda de una serie de personajes fascinantes, comenzará una carrera vertiginosa, de intriga en intriga, para averiguar la identidad de los asesinos. Un peligroso juego donde los límites entre la ficción y la realidad amenazarán con quebrarse para siempre.

lunes, 30 de junio de 2014

SOBRE HÉROES Y TUMBAS - Ernesto Sábato

Y como Martín le preguntó si entre dos seres que se quieren no debe ser todo nítido, todo transparente y edificado sobre la verdad, Bruno respondió que la verdad no se puede decir casi nunca cuando se trata de seres humanos, puesto que sólo sirve para producir dolor, tristeza y destrucción. Agregando que siempre había alentado el proyecto (“pero yo soy nada más que eso: un hombre de puros proyectos”, agregó sonriendo con tímido sarcasmo), había alentado el proyecto de escribir una novela o una obra de teatro sobre eso: la historia de un muchacho que se propone decir siempre la verdad, siempre, cueste lo que cueste. Desde luego, siembra la destrucción, el horror y la muerte a su paso. Hasta terminar con su propia destrucción, con su propia muerte.

-Entonces hay que mentir -adujo Martín con amargura.

-Digo que no siempre se puede decir la verdad. En rigor, casi nunca.

-¿Mentiras por omisión?

-Algo de eso -replicó Bruno, observándolo de costado, temeroso de herirlo.

-Así que no cree en la verdad.

-Creo que la verdad está bien en las matemáticas, en la química, en la filosofía. No en la vida. En la vida es más importante la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza. Además ¿sabemos acaso lo que es la verdad? Si yo le digo que aquel trozo de ventana es azul, digo una verdad. Pero es una verdad parcial, y por lo tanto una especie de mentira. Porque ese trozo de ventana no está solo, está en una casa, en una ciudad, en un paisaje. Está rodeado del gris de ese muro de cemento, del azul claro de este cielo, de aquellas nubes alargadas, de infinitas cosas más. Y si no digo todo, absolutamente todo, estoy mintiendo. Pero decir todo es imposible, aun es este caso de la ventana, de un simple trozo de la realidad física, de la simple realidad física. La realidad es infinita y además infinitamente matizada, y si me olvido de un solo matiz ya estoy mintiendo. Ahora, imagínese lo que es la realidad de los seres humanos, con sus complicaciones y recovecos, contradicciones y además cambiantes. Porque cambia a cada instante que pasa, y lo que éramos hace un momento no lo somos más. ¿Somos, acaso, siempre la misma persona? ¿Tenemos, acaso, siempre los mismos sentimientos? Se puede querer a alguien y de pronto desestimarlo y hasta detestarlo. Y si cuando lo desestimamos cometemos el error de decírselo, eso es una verdad pero una verdad momentánea, que no será más verdad dentro de una hora o al otro día, o en otras circunstancias. Y en cambio el ser a quien se la decimos creerá  que ésa es la verdad, la verdad para siempre y desde siempre. Y se hundirá en la desesperación.

SINOPSIS

Una novela donde Ernesto Sábato plantea toda su carga ideológica. Centrada en el personaje de Martín, un hombre en busca de sí mismo, el escritor argentino expone su particular visión sobre la soledad, tema clave en su narrativa. Cercana a ciertas obras del existencialismo francés despertó la admiración de Camus.

martes, 24 de junio de 2014

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS - Antonio Muñoz Molina

Importa la precisión extrema. Nada real es vago. Ignacio Abel trae en la maleta su título de arquitecto y el diploma firmado por los profesores Walter Gropius y Karl Ludwig Rossman en Weimar en mayo de 1924. Conoce el valor de las medidas exactas y de los cálculos de resistencia de los materiales, del equilibrio entre fuerzas contrarias que mantiene en pie un edificio. Qué habrá sido del ingeniero Torroja, con el que le gustaba tanto conversar sobre los fundamentos físicos de la edificación, aprender cosas inquietantes sobre la insustancialidad última de la materia, la agitación demente de partículas en el vacío. Los dibujos esbozados en el cuaderno que lleva en uno de los bolsillos no serán nada si no se someten a la disciplina esclarecedora de la física y de la geometría. ¿Cómo eran esas palabras de Juan Ramón Jiménez que parecían la síntesis de un tratado de arquitectura? Lo neto, lo apuntado, lo sintético, lo justo. Ignacio Abel las tenía anotadas en un papel y las leyó en voz alta en la Residencia de Estudiantes, en la conferencia que dio el año pasado, el 7 de octubre de 1935. Nada sucede en un tiempo abstracto ni en un espacio en blanco. Un arco es una línea trazada sobre una hoja de papel y la solución de un problema matemático; peso convertido en ligereza por el juego de fuerzas contrarias; especulación visual que se transmuta en espacio habitable. Una escalera es una forma artificial tan necesaria y tan pura como la espiral de una caracola, tan orgánica como la arborescencia de los nervios de una hoja. 

SINOPSIS

Un día de finales de octubre de 1936 el arquitecto español Ignacio Abel llega a la estación de Pennsylvania, última etapa de un largo viaje desde que escapó de España, vía Francia, dejando atrás a su esposa e hijos, incomunicados tras uno de los múltiples frentes de un país ya quebrado por la guerra. Durante el viaje recuerda la historia de amor clandestino con la mujer de su vida y la crispación social y el desconcierto previo que precedieron al estallido del conflicto fratricida.
Es una gran novela de amor ambientada en el año previo al inicio de la guerra civil española. Por ella transitan personajes reales (Negrín, Moreno Villa, Bergamín…) y personajes de ficción, tejiendo una red colectiva que contextualiza la vivencia personal de un solo individuo y convirtiendo la narración en una sinfonía de asociaciones y sugerencias, en la caja de resonancia de toda una época. Este libro inolvidable es el máximo empeño literario de Antonio Muñoz Molina, y, sin duda alguna, un texto único sobre las raíces de la sociedad en que vivimos: la confrontación entre la desvalida necesidad personal de amor y la feroz carnavalada sangrienta de los fanatismos ideológicos que arrasan el mundo moderno

SÉ LO QUE ESTÁS PENSANDO - John Verdon


—No puedo decir a ciencia cierta que fue así exactamente como se hizo. No obstante, es el único escenario creíble que se me ha ocurrido en todo el tiempo que he estado devanándome los sesos con esos números, y eso se remonta al día en que Mark Mellery vino a mi casa y me mostró la primera carta. 
Mellery estaba desconcertado y aterrado por la idea de que el autor de la carta lo conocía tan bien que era capaz de predecir en qué número pensaría al pedirle que pensara en cualquier número entre uno y mil. Noté el pánico en él, la sensación de fatalidad. Sin duda lo mismo tuvo que ocurrirles a las otras víctimas. Ese pánico era el objetivo del juego. ¿Cómo podía saber en qué número pensaría? ¿Cómo podía saber algo tan íntimo, tan personal, tan privado como un pensamiento? ¿Qué más sabía? Imagino que estas preguntas lo torturaron, que, literalmente, le volvían loco.

—Francamente, Dave —dijo Kline con mal disimulada agitación—, me están volviendo loco también a mí, y cuanto antes puedas responder, mejor.

—Condenadamente cierto —coincidió Rodríguez—. Vamos al grano.

—Si puedo expresar una opinión ligeramente contraria —dijo Holdenfield con preocupación—, me gustaría que el detective nos diera su explicación como crea conveniente, a su ritmo.

—Es embarazosamente simple —dijo Gurney—. Embarazoso para mí porque cuanto más pensaba en el problema, más impenetrable me parecía. Y averiguar cómo pudo hacer este truco con el número diecinueve no proyectó ninguna luz sobre cómo podía funcionar el asunto del seiscientos cincuenta y ocho. La solución obvia nunca se me ocurrió, hasta que la sargento Wigg contó su historia.

[...]

Gurney hizo un gesto de agradecimiento a Wigg antes de continuar.

—Supongamos, como la sargento ha sugerido, que nuestro obsesionado asesino dedicó dos horas al día a escribir cartas y que al final de un año había completado once mil, y que entonces las envió a una lista de once mil personas.

—¿Qué lista? —La voz de Jack Hardwick tenía la aspereza intrusiva de una verja oxidada.

—Es una buen pregunta, quizá la pregunta más importante de todas. Volveré sobre eso dentro de un minuto. Por el momento supongamos que la carta original (la misma carta idéntica) se envió a once mil personas pidiéndoles que pensaran en un número entre uno y mil. La teoría de la probabilidad predeciría que aproximadamente once personas elegirían correctamente. En otras palabras, hay una posibilidad estadística de que once de esas once mil personas que pensaran en un número al azar eligieran el número seiscientos cincuenta y ocho.

La mueca de Blatt estaba adquiriendo proporciones cómicas.

Rodríguez negó con la cabeza con incredulidad.

—¿No estamos cruzando la línea desde la hipótesis a la fantasía?

—¿A qué fantasía se está refiriendo? —Gurney sonó más desconcertado que ofendido.

—Bueno, estos números que está lanzando, no tiene ninguna base real. Son todos imaginarios.

[...]

Y aun así, en un sueño, uno podía ahogarse en tristeza.

Cielo santo, ahora no hay tiempo para la introspección.

Gurney volvió a concentrarse a tiempo para oír a Rebecca Holdenfield diciendo en esa voz seria de Sigourney Weaver.

—Personalmente, no creo que la hipótesis del detective Gurney sea fantasiosa. De hecho, me resulta convincente y pediría otra vez que le permitieran completar su explicación.

Dirigió su solicitud a Kline, quien levantó las palmas de las manos como para decir que ésa era la intención obvia de todos.

—No estoy diciendo —dijo Gurney— que exactamente once personas de once mil eligieran el número seiscientos cincuenta y ocho, sólo digo que once es el número más probable. No sé suficiente de estadística para recurrir a las fórmulas de probabilidad, pero quizás alguien pueda ayudarme con eso.

Wigg se aclaró la garganta.

—La probabilidad relacionada con un rango sería mucho más alta que la de un número específico en el rango. Por ejemplo, no apostaría la casa a que once personas entre once mil elegirían un número concreto, pero si añadiéramos un rango de más o menos, pongamos, siete en cada dirección, estaría muy tentada de apostar a que el número de personas que lo elegirían caería en ese rango. En este caso, que seiscientos cincuenta y ocho sería el número elegido por, al menos, cuatro personas, y por no más de dieciocho.

Blatt miró a Gurney con ojos entrecerrados.

—¿Está diciendo que ese tipo envió cartas a once mil personas y que el mismo número secreto estaba escondido dentro de esos sobrecitos cerrados?

—Ésa es la idea general.

Los ojos de Holdenfield se ensancharon de asombro al expresar en voz alta sus pensamientos.

—Y fueran los que fueran, cada persona que eligiera el seiscientos cincuenta y ocho por cualquier razón, y luego abriera ese sobrecito interior y encontrara la nota en la que decía que el autor lo conocía lo bastante bien para saber que elegiría el seiscientos cincuenta y ocho… Dios mío, ¡qué impacto tendría!

—Porque —añadió Wigg— nunca se le ocurriría que no era el único que había recibido esa carta. Nunca se le ocurriría que era la persona de entre cada mil que elegía ese número. La escritura manuscrita era la guinda del pastel. Hizo que todo pareciera totalmente personal.

—Dios —gruñó Hardwick—, lo que nos está diciendo es que tenemos un asesino en serie que usa una campaña de marketing directo para elegir víctimas.

—Es una manera de verlo —dijo Gurney.

SINOPSIS

Un hombre recibe una carta que le urge a pensar en un número, cualquiera. Cuando abre el pequeño sobre que acompaña al texto, siguiendo las instrucciones que figuran en la propia carta, se da cuenta de que el número allí escrito es exactamente en el que había pensado. David Gurney, un policía que después de 25 años de servicio se ha retirado al norte del Estado de Nueva York con su esposa, se verá involucrado en el caso cuando un conocido, el que ha recibido la carta, le pide ayuda para encontrar a su autor con urgencia. Pero lo que en principio parecía poco más que un chantaje se ha acabado convirtiendo en un caso de asesinato que además guarda relación con otros sucedidos en el pasado. Gurney deberá desentrañar el misterio de cómo este criminal parece capaz de leer la mente de sus víctimas en primer lugar, para poder llegar a establecer el patrón que le permita atraparlo.

martes, 17 de junio de 2014

EL MAPA - T. S. Learner

Damien Tyson oteaba el horizonte desde el ventanal de su habitación en el hotel Ritz de Madrid, que había convertido en su cuartel general durante los últimos meses. Una vista carente de personas, un panorama de rectángulos, líneas horizontales y verticales, de ventanas cerradas, de tejados y hierro forjado, creando una suerte de cuadrícula matemática, un ritmo que Damien Tyson encontraba extrañamente confortador. Lo transportaba a otra parte, permitiéndole enfocar toda su inteligencia en un solo punto, de una manera tan precisa como lo haría un arma.

SINOPSIS

Laberintos, acertijos, brujería… y secretos milenarios. Un estudioso de literatura clásica de Oxford ha descubierto un antiguo pergamino. Un grupo de adoradores de la magia negra se ha congregado en Londres. Y hay un mapa que describe tres laberintos bajo la superficie de Europa. Un antiguo misterio aguarda a ser revelado… Perseguido por agentes secretos, protegiendo el mapa de enemigos invisibles, August Winthrop recorre una Europa asolada por la guerra. Pero el mapa le conducirá más lejos de lo que jamás hubiera soñado: al corazón de una serie de laberintos cuyo poder llegaría a cambiar el mundo.

martes, 10 de junio de 2014

EL ASEDIO - Aruro Pérez-Reverte


—Ajustándonos a su hipótesis, nada sería imposible en una ciudad como ésta. Cádiz es un barco situado en medio del mar y los vientos. Hasta las calles y las casas se construyen para enfrentarlos, canalizarlos y combatirlos. Usted habló de vientos, sonidos... Hasta olores, dijo... Todo eso está en el aire. En la atmósfera.

El policía mira de nuevo las piezas comidas a ambos lados del tablero. Al cabo, pensativo, coge el rey blanco y lo coloca entre ellas.

—Tendría gracia que, al final, siete asesinatos de mujeres jóvenes fuesen consecuencia de una situación atmosférica...

—¿Por qué no? Está probado que determinados vientos, en función de su sequedad y temperatura, actúan directamente sobre los humores, activando el temperamento. La locura o el crimen son más frecuentes en lugares sometidos a su fuerza constante, o periódica... Es poco lo que sabemos sobre los abismos más oscuros del ser humano.

El profesor ha abierto al fin la tabaquera, aspira una pulgarada de rapé y estornuda discretamente, con placer.

—Todo esto es muy vago, por supuesto —añade mientras se sacude la pechera del chaleco—. No soy un científico, Pero cualquier ley general de la Naturaleza es aplicable a situaciones mínimas... Lo que vale para un continente o un océano podría valer para una calle de Cádiz.

Ahora es Tizón quien pone un dedo sobre un escaque del tablero: allí donde estaba el rey vencido.

—Imaginemos entonces —propone— que hay lugares concretos, puntos geográficos donde los períodos de los fenómenos físicos guardan relación entre sí, o se combinan de forma distinta a como lo hacen en otros lugares...

[...]
 
—Bueno —responde Barrull tras considerarlo un poco más—. No seríamos los primeros en pensar eso. Hace casi dos siglos, Descartes entendía el mundo como un plenum: un conjunto estable, hecho o lleno de una materia sutil, en cuyo interior hay pequeños huecos, o remolinos. Como las celdillas de un panal irregular en torno a las que gira la materia.

—Repita eso, don Hipólito. Despacio.

El otro guarda la tabaquera. Se ha vuelto a mirar al policía. Después baja de nuevo la vista al tablero de ajedrez.

—No es mucho más lo que puedo decirle. Se trata de lugares donde las condiciones físicas son distintas al resto. Vórtices, llamó a esos puntos.

—¿Vórtices?

—Eso es. Comparados con la inmensidad del universo, se trataría de lugares minúsculos donde ocurren cosas... O no ocurren. O se producen de manera diferente.

[...]

—Lugares distintos, que influyen en el mundo —concluye—. En las personas, en las cosas, en el movimiento de los planetas...

Lo deja ahí, como si no se atreviese a más. Tizón, que chupaba el cigarro, se lo quita de la boca. —¿En la vida y en la muerte?... ¿En la trayectoria de una bomba?

Ahora el profesor lo mira preocupado, con el aspecto de quien ha ido demasiado lejos. O teme haber ido.

—Oiga, comisario. No se haga demasiadas ilusiones conmigo. Lo que necesita es un hombre de ciencia... Yo sólo soy alguien que lee. Un curioso familiarizado con un par de cosas. Hablo de memoria y con errores, seguramente. No faltará en Cádiz quien...

—Responda a mi pregunta, por favor.

Aquel por favor parece sorprender al otro. Quizá sea la primera vez que oye esa palabra en boca de Rogelio Tizón. Tampoco éste recuerda haberla pronunciado con sinceridad desde hace años. Puede que nunca.

—No es un disparate —dice el profesor—. Descartes sostenía que el universo está formado por un conjunto continuo de vórtices bajo cuya influencia se mueven los objetos que se encuentran en él... Newton rebatió luego esa concepción de las cosas con su idea de las fuerzas que actúan a distancia, a través de un vacío; pero no pudo desmontarla por completo, quizá porque era demasiado buen científico para creer ciegamente en su propia teoría... Al fin, el matemático Euler, tratando de explicar movimientos de planetas según la física de Newton, rehabilitó parcialmente a Descartes en ese terreno, argumentando a favor de los viejos vórtices cartesianos... ¿Me sigue?

—Sí. Con cierta dificultad.

—Usted lee el francés, ¿verdad?

—Me defiendo.

—Hay un libro que puedo prestarle: Lettres a une Princesse d'Allemagne sur divers sujets de Physique et de Philosophie. Son las cartas de Euler a la sobrina de Federico el Grande de Prusia, que era aficionada al asunto. Ahí detalla, de forma bastante asequible para gente como nosotros, la idea de esos vórtices o remolinos de los que le hablo... ¿Le apetece otra partida, comisario?

A Tizón le cuesta un momento establecer de qué partida habla su interlocutor, hasta que se da cuenta de que éste señala el tablero.

—No, gracias. Ya me ha descuartizado bastante por hoy.

—Como quiera.

Mira el policía la línea recta de humo que asciende de su cigarro. Al cabo agita levemente los dedos, y ésta se convierte en suaves espirales. Rectas, curvas y parábolas, piensa. Tirabuzones de aire, de humo y de plomo, con Cádiz como tablero.

SINOPSIS


Cádiz, 1811. España lucha por su independencia mientras América lo hace por la suya. En las calles de la ciudad más liberal de Europa se libran batallas de otra índole. Mujeres jóvenes aparecen desolladas a latigazos. En cada lugar, antes del hallazgo del cadáver, ha caído una bomba francesa. Eso traza sobre la ciudad un mapa superpuesto y siniestro: un complejo tablero de ajedrez donde la mano de un jugador oculto —un asesino despiadado, el azar, las curvas de artillería, la dirección de los vientos, el cálculo de probabilidades— mueve piezas que deciden el destino de los protagonistas: un policía corrupto y brutal, la heredera de una importante casa comercial gaditana, un capitán corsario de pocos escrúpulos, un taxidermista misántropo y espía, un enternecedor guerrillero de las salinas y un excéntrico artillero a quien las guerras importan menos que resolver el problema técnico del corto alcance de sus obuses.

El asedio narra el pulso asombroso de un mundo que pudo ser y no fue. El fin de una época y unos personajes condenados por la Historia, sentenciados a un vida que, como la ciudad que los alberga —una Cádiz equívoca, enigmática, sólo en apariencia luminosa y blanca—, nunca volverá a ser la misma.

domingo, 8 de junio de 2014

EL TEOREMA DEL LORO - Denis Guedj

-SUCEDIÓ en tiempos de Maricastaña. A orillas del mar Egeo, cerca de la ciudad jonia de Mileto, el hijo de Examio y Cleobulina, cuyo nombre era Tales, paseaba por la campiña.

¿Quién se atrevía a despertar a Jonathan tan temprano un domingo por la mañana? ¡Maldición! Era Léa. El grano que Jonathan tenía bajo la barbilla comenzó a lanzar destellos a la vez que él entreabría un ojo que parecía de bulldog. La puerta que separaba los dos dormitorios estaba abierta, como de costumbre. La voz, nasal y ronca, prosiguió:

-Tales iba por los campos y, a su lado, caminaba una criada.

Eso no era Léa. Sin duda era la radio. ¡SU radio!, se dijo Jonathan.

-Tales observaba el cielo mientras andaba. No era su radio. Jonathan saltó de la cama y se lanzó hacia la puerta.

-¡Yo alucino!

¡El loro! Ahí estaba, agarrado al marco de la puerta. Al otro lado, la atónita Léa contemplaba al pájaro dispuesto a proseguir con su letanía. Lo ignoraron y bajaron las escaleras.

El reloj de péndulo del salón comedor señalaba las once. Ruche aparentaba leer un periódico mientras Max recogía las tazas del desayuno.

Léa le recriminó:

-¿Le parece bonito que un loro nos despierte un domingo a estas horas? ¿Un loro que repite con voz nasal todo lo que le ha metido en la cabeza?

Con un batir de alas, el ave cambió de lugar y sentenció con un cloqueo:

-Lo mío no es repetir, recitar, informar o avisar. ¡Yo cuento!

Alrededor de la cicatriz, las plumas erizadas como púas ponían de manifiesto lo enfadado que se sentía. La bata entreabierta de Léa dejaba ver sus senos desnudos y se la abrochó. Pellizcándose el pendiente, Jonathan preguntó:

-¿Por qué nos habla de Tales en ayunas?

Ruche hizo oídos sordos a las preguntas, dejó el periódico y habló:

-¿Así que Sinfuturo os contaba -y Ruche insistió en el verbo y continuó- que Tales observaba el cielo para descubrir secretos sobre el curso de los astros? La sirvienta que lo acompañaba vio un hoyo en el campo y lo evitó. Tales, absorto en la contemplación de la bóveda celeste, cayó dentro. En tanto que la mujer le ayudaba a salir le dijo: «No ves lo que está a tus pies y quieres conocer lo que ocurre en el cielo.» -Ruche concluyó-: Como veis, todo empieza por una caída.

La puerta se abrió y, cargada con las cestas de la compra, entró Perrette, que oyó la última frase. Jonathan-y-Léa la miraron y, al ver su cara tensa, emprendieron el camino de regreso a sus habitaciones. Léa, antes de desaparecer, no pudo evitar hacer un comentario socarrón:

-Y tuvo un montón de hijos.

-¡Craso error! -respondió Ruche regocijado-. Tales no tuvo hijos. Adoptó el de su hermana Kybisthos.

Jonathan, como todos los estudiantes del mundo, había estudiado a Tales en diversas ocasiones. En cada una de ellas, el profesor había hablado del teorema pero nunca del autor. En las clases de matemáticas nunca se hablaba de las personas sino de sus teorías. De vez en cuando se mencionaba a Tales, Pitágoras, Pascal o Descartes, pero eran solamente nombres, como los de una parada de metro o una marca de queso, de quienes no se decía ni dónde ni cuándo habían vivido. Las fórmulas, demostraciones y teoremas llenaban la pizarra sin indicar quién los había creado, como si existieran desde siempre, al igual que las montañas y los ríos, aunque ni las unas ni los otros fueran eternos. Con ello se conseguía que los teoremas parecieran aún más eternos que las montañas y los ríos. Las matemáticas... no eran como la historia, la geografía o la geología. Pero ¿qué eran con exactitud? La respuesta no interesaba a la mayoría.

-Lo tuyo ha sido fabuloso. -Max alisaba las plumas de Sinfuturo-. Has contestado muy bien. -Se bamboleó y frunció los labios imitando al loro-. «No repito, ¡cuento!» ¡Bien! Estaban estupefactos. Reconozco de todos modos que tienes una memoria diabólica.


SINOPSIS

Con El teorema del loro , el matemático y novelista Denis Guedj pone en juego todos sus conocimientos científicos para obtener una novela cautivadora: una feliz simbiosis de humor y razón pura que nos sirve en una entretenida lección de matemáticas. 

EL AMIGO DE GALILEO - Isaia Iannaccone

Schreck sintió que se posaba sobre él la mirada grave y profunda de un hombre con una sobria barba rizada, que había estado hasta ahora en un lado, apartado. Era Galileo Galilei, vestido con unos pantalones y un jubón negros, tan estrechos que subrayaban la desproporción entre sus piernas tan delgadas y el tórax aumentado. Con cuarenta y siete años, su rostro, marcado por un cansancio infinito, acogía dos grandes ojos redondos rodeados por arrugas grises que lo envejecían enormemente. Solo el brillo de sus pupilas y su movilidad revelaban el espíritu vital e indomable que había dentro.

—Buenas tardes, señor Terrentius —soltó—. También yo me acuerdo de vos cuando erais un oyente en Padua. Me alegra volver a veros, aunque me dicen que seguís mostrando un poco de reticencia acerca de mis descubrimientos. Creedme, en vez de ofenderme me despierta interés.

La posibilidad de volver a ver al científico después de años en la villa de Cesi había sido una de las principales motivaciones que habían llevado a Schreck, a pesar de los tiempos, a participar en la reunión.

—Estoy muy feliz de estar todavía y una vez más cerca de vos, señor Galileo. Permitidme felicitaros por vuestro nombramiento como primer matemático y filósofo del gran duque de Toscana —el otro le dio las gracias con un imperceptible gesto con la cabeza.

—Sobre vuestros descubrimientos —añadió Schreck—, más que escéptico, me considero cauteloso. Estoy de acuerdo con vos en que el lenguaje de las matemáticas nos permitirá leer el gran libro de la naturaleza, pero antes de abrazar la teoría de Copérnico y abandonar la de Tycho Brahe que deja a la Tierra tranquila e inmóvil en el centro del universo, y hace rotar a los planetas alrededor del Sol y todos juntos, alrededor de la Tierra, me gustaría discutir con vos la cuestión de las mareas y ver con mis ojos las maravillas de las que habláis y escribís. Utilizando vuestro instrumento que el príncipe ha llamado telescopio.

Fue en ese momento cuando Cesi se acercó de forma solemne al largo tubo con las lentes; lo sujetó con firmeza y lo situó a media altura. No se escuchaba ni siquiera el ruido de una mosca pasar cuando, en una pose que hacía que se pareciera a un sacerdote en un acto de sacrificio, dijo gravemente:

—Esta noche realizaremos por primera vez el valiente gesto que el señor Galileo ya ha realizado en solitario —abrazó con la mirada a los allí presentes—. Dirigiremos al cielo este instrumento.

Siguieron unos aplausos iniciales que se apagaron en un instante porque un «¡No!», gritado a pleno pulmón, heló el entusiasmo inicial. Todos se dirigieron hacia Cesare Cremonini que había lanzado el grito. Con el rostro casi blanco, la boca que le temblaba y los ojos que parecían casi saltársele de las órbitas, el viejo intentó seguir hablando y refunfuñó.

—¿Queréis negar a la Tierra el privilegio de estar en el centro del mundo? —pero le faltó el aliento para seguir.

Galileo lo miraba con conmiseración.

—No creo que esté en el centro del mundo, pero seguramente es el reino de la corrupción.

SINOPSIS

Roma, principios del siglo XVII. La Ciencia moderna se debate por nacer en un permanente enfrentamiento con la Iglesia y su Inquisición, deseosas de detener aquella revolución imparable. Persecuciones, procesos y condenas —a veces a muerte— aguardan a quienes se esfuerzan en estudiar el universo y la naturaleza, atreviéndose a poner en duda las leyes divinas.
El palacio del príncipe Federico Cesi acoge las reuniones clandestinas de la Academia de los Lincei, frecuentadas por el astrónomo Galileo Galilei, que escruta el cielo con su diabólicotelescopio, o el médico alemán Johann Schreck “Terrentius”, que efectúa en secreto autopsias para ahondar en los secretos del cuerpo humano, según las enseñanzas del maestro Vesalio: “Palpad, sentid con vuestras manos, y confiad en ellas”. En el curso de una estas autopsias, escapa de una emboscada, y hasta el propio Galileo se verá obligado a refugiarse en la campiña de la Toscana.
Tendrán entonces noticias de un país lejano, China, donde el poder está precisamente en manos de los sabios. Y la decisión de Terrentius de viajar hasta allí ni siquiera se verá frenada por la necesidad de integrarse en una misión de los jesuitas, únicos occidentales que han entrado en aquel remoto país. Terrentius toma los votos y se embarca pertrechado con sus instrumentos quirúrgicos, un gran herbolario y muchos libros. Y Galileo, que envidia su audaz decisión, promete enviarle los nuevos descubrimientos, para que pueda mostrárselos al emperador.
Entre tempestades y epidemias, la expedición pone rumbo a China. Pero lo que turba a Terrentius no son los peligros del viaje, sino la sospecha de que entre sus compañeros jesuitas está escondido un emisario de la Inquisición, quizás dispuesto a matar con tal de detenerlo…
Una novela épica y emocionante, construida como un thriller y con un final sorprendente, es el debut literario de un nuevo talento italiano

miércoles, 4 de junio de 2014

BALADA DE LOS NÚMEROS - José Verón Gormaz

Un monte me sostiene y el sol traza mi sombra.

Bajo el peso ligero de mis ojos
                                 los números se extienden,
signos en la materia polícroma del valle.

Junto al camino;
                     al amparo del único ciprés,
los huesos de un centauro son la nada,
lo que un cero perdido significa.
Pero el árbol esbelto y verde oscuro,
el ciprés solitario de funeral ternura,
es la unidad, lo simple, lo que empieza.
Y ese abrirse la estrada de dos senderos,
como el eco sonoro y los amantes,
trama el sentido del número segundo.
Y las hojas menudas del trébol atrevido
que, retando a mis pies, surge del suelo
¿no son principio, centro y fin, como reclama
el tres para ser cifra?

Si mis brazos extiendo y miro el horizonte,
siento cruzar los puntos cardinales:
                                           cuatro,
y en ellos flota el viento caprichoso
que el fuego misterioso siembra de humo,
y la tierra y el agua se cortejan
                                             con fluvial armonía.

En lo agreste hay un cinco,
                           digital y bucólico,
                                             que significa paz.

Desde el valle se aniebla
                                   la sangre de los números

Veo un seis en el paisaje vivo,
en la hermosa parcela de universo
que la tarde y el tiempo seducen con amor.

Lejos,
        heredero de lluvias,
el puente celestial del Arco Iris:
siete colores presta al firmamento,
y la leyenda eterna, siete enigmas.

Hay quietud; todo es perfecto y mesurado
como si fuese un ocho la campiña.
Tal vez las nueve musas no están lejos
de la alameda que ríe junto al río,
y el cielo sea un diez incontenible y puro.

Ocultos al orgullo de las urbes,
los números construyen sinfonías
                                   y definen aromas planetarios,
espejos del infinito y de la nada.

martes, 3 de junio de 2014

EL ASEDIO - Arturo Pérez-Reverte

Apartando la manta vieja que cubre la entrada de su barraca, el capitán Desfosseux sale al exterior, sube por la escala de madera que conduce a la parte superior del puesto de observación y se queda mirando la ciudad lejana a través de una tronera. Lo hace con la cabeza descubierta bajo el sol, cruzadas las manos a la espalda sobre los faldones de la casaca azul índigo con vueltas rojas. Que el observatorio, dotado de varios telescopios y de un modernísimo micrómetro Rochon con doble prisma de cristal de roca, esté situado en una ligera elevación entre el fuerte artillado de la Cabezuela y el caño del Trocadero, no es casual en absoluto. Fue Desfosseux quien eligió la ubicación tras minucioso estudio del terreno. Desde allí puede abarcar todo el paisaje de Cádiz y su bahía hasta la isla de León; y con ayuda de catalejos, el puente de Zuazo y el camino de Chiclana. Son sus dominios, en cierto modo. Teóricos, al menos: el espacio de agua y tierra puesto bajo su jurisdicción por los dioses de la guerra y el Mando imperial. Un ámbito donde la autoridad de mariscales y generales puede plegarse, en ocasiones, a la suya. Un particular campo de batalla hecho de problemas, ensayos e incertidumbres-también insomnios— donde no se lucha con trincheras, movimientos tácticos o ataques finales a la bayoneta, sino mediante cálculos hechos sobre hojas de papel, parábolas, trayectorias, ángulos y fórmulas matemáticas. Una de las muchas paradojas de la compleja guerra de España es que tan singular combate, donde cuenta más la composición porcentual de una libra de pólvora o la velocidad de combustión de un estopín que el coraje de diez regimientos, se encuentra confiado, en la bahía de Cádiz, a un oscuro capitán de artillería.

SINOPSIS

Cádiz, 1811. España lucha por su independencia mientras América lo hace por la suya. En las calles de la ciudad más liberal de Europa se libran batallas de otra índole. Mujeres jóvenes aparecen desolladas a latigazos. En cada lugar, antes del hallazgo del cadáver, ha caído una bomba francesa. Eso traza sobre la ciudad un mapa superpuesto y siniestro: un complejo tablero de ajedrez donde la mano de un jugador oculto —un asesino despiadado, el azar, las curvas de artillería, la dirección de los vientos, el cálculo de probabilidades— mueve piezas que deciden el destino de los protagonistas: un policía corrupto y brutal, la heredera de una importante casa comercial gaditana, un capitán corsario de pocos escrúpulos, un taxidermista misántropo y espía, un enternecedor guerrillero de las salinas y un excéntrico artillero a quien las guerras importan menos que resolver el problema técnico del corto alcance de sus obuses.

El asedio narra el pulso asombroso de un mundo que pudo ser y no fue. El fin de una época y unos personajes condenados por la Historia, sentenciados a un vida que, como la ciudad que los alberga —una Cádiz equívoca, enigmática, sólo en apariencia luminosa y blanca—, nunca volverá a ser la misma.