sábado, 8 de marzo de 2014

EL JUEGO DE LAS TRES CARTAS - Marco Malvaldi

Massimo era bastante reacio a contar cómo había pasado del monitor de un ordenador a la barra del bar. En primer lugar, porque no creía que a la gente le pudiera interesar mucho lo referente a él. En segundo lugar, porque no estaba convencido de salir precisamente bien parado.

—Yo me licencié en Matemáticas en cuatro años. Exactos. En noviembre del cuarto año. Empecé el doctorado en enero del año siguiente. Bueno, la materia que habría tenido que estudiar no sé cuánto puede interesarle. De todos modos, era un tema relacionado con las matemáticas de la teoría de cuerdas.

Snijders levantó las cejas:

—No sé nada de ello.

—No se preocupe, está en buena compañía. Y no lo digo en broma. El tema del que tenía que ocuparme era extremadamente complicado y, a medida que estudiaba, al principio del doctorado, me parecía que me precipitaba en una pesadilla. Cuanto más estudiaba, menos sabía. A veces tenía la sensación de haber aferrado algo; luego, inmediatamente después, encontraba otro artículo que destruía mi convicción. Lo peor, en todo esto, era que tenía la impresión de que tampoco mi director de tesis, que en este caso era un físico, entendía demasiado de lo que hacía. Que quede claro, habría estado sobradamente justificado: se trataba de una persona bastante anciana y el tema específico era bastante nuevo y realmente intrincado. Pero, después de un cierto tiempo, la duda comenzó a pesarme. Entonces, un día, fui a verlo con un paquete de artículos y una página de preguntas. En resumen, abreviando: me di cuenta de que tampoco él entendía nada. Peor aún: las dudas que se me habían planteado a mí, a él ni siquiera lo habían rozado. Me hallaba muy por delante de la persona que habría debido guiarme y, simultáneamente, estaba en la oscuridad total. Total, cuando salí del despacho, me miré al espejo. ¿Sabe cuál es la cualidad más importante para un matemático?

—No sabría decirle. Quizá la inteligencia.

—No. Es importante, pero no lo único. No, la cualidad más importante para ejercer de matemático es la humildad. La humildad de reconocer cuándo no has entendido algo y no tratar de tomarte el pelo a ti mismo. Si no has entendido algo, o no estás convencido de ello, no puedes darlo por bueno. Si lo haces, sólo te harás daño. Tienes que ser absolutamente sincero contigo mismo. Y la conclusión a la que llegué no podía ser más que la siguiente: no era lo bastante bueno. No era adecuado para aquel trabajo. Estaba más allá de mis fuerzas. Si hubiera continuado, habría perdido el tiempo y me habría tomado el pelo a mí mismo.

Snijders lo miró. Con un dedo, señaló el bar:

—Y entonces…

—Exactamente. Mire, soy una persona puntillosa. Las cosas tienen que hacerse como digo yo, es decir, bien; de otro modo, me molestan. Yo me siento satisfecho de mí mismo cuando hago algo bien, no importa mucho el qué. Poco tiempo antes de que ocurriera esto, yo había entrado en posesión de una buena cantidad de dinero. No una enormidad, pero suficiente para abrir un bar. Entonces pensé que prefería la vida a la carrera. Decidí ser un excelente camarero, en vez de un matemático frustrado.
SINOPSIS
En Pineta tiene lugar una importante convención de Química a la que acuden expertos y estudiantes de todos los lugares del mundo. Uno de los asistentes más prestigiosos, el profesor japonés Asahara, se siente enfermo tras la cena y sufre una parada respiratoria, aunque se hace necesario ordenar una autopsia que despierta sospechas. ¿Ha muerto envenenado?
Massimo, el dueño del BarLume, se ve implicado en el asunto ya que fue el encargado de preparar el catering de la cena.
Retenidos en la población mientras duran los interrogatorios, los participantes a la convención suelen reunirse en el bar para discutir el caso, y una vez más, se inicia una investigación colectiva a cargo del grupo de jubilados de Pineta. Aldo, Gino, Pilade y Ampelio vuelven con sus discusiones sobre lo divino y lo humano en una novela de intriga que se devora con una sonrisa permanente. 

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